jueves, 15 de octubre de 2009

24º Encuentro Nacional de Mujeres - San Miguel de Tucumán

Algunas fotos del Encuentro de Nacional de Mujeres en San Miguel de Tucumán.

10,11 y 12 de octubre de 2009.

Fotos Greta Roquero






IMÁGENES CHARLA EN ROSARIO POR EL DESPROCESAMIENTO Y LIBERTAD DE BERTHA GONZALEZ Y JOSÉ VILLALBA






Un nuevo Aniversario de la muerte de John Reed

22 de octubre de 1887- 17 de octubre 1920

Biografia de John Reed

por Albert Rhys Williams

La primera ciudad norteamericana en que los obreros se negaron a cargar armas y municiones para el ejército de Koltchak fue la ciudad de Portland, en la costa del Pacífico. En esta ciudad nació John Reed el 22 de octubre de 1887.

Su padre era uno de aquellos recios pioneros, de espíritu recto, que Jack London pinta en sus relatos sobre el Oeste norteamericano. Hombre de aguda inteligencia que odiaba la falacia y la hipocresía, en vez de ponerse, como tantos otros, al lado de las gentes ricas e influyentes, se enfrentó a ellas y, cuando los monopolios, como pulpos gigantescos, se apoderaron de los bosques y otras riquezas naturales del Estado, emprendió una lucha encarnizada en contra de ellos. Fue perseguido, combatido a muerte, despedido de su empleo. Pero jamás capituló ante sus enemigos.

John Reed recibió de su padre una buena herencia: una inteligencia despierta y aguda, un temperamento de luchador, un espíritu intrépido y valeroso. Sus brillantes dotes se manifestaron desde edad temprana, y al terminar sus estudios secundarios fue enviado a Harvard, la más famosa Universidad de los Estados Unidos. Allí envíaban a sus hijos los reyes del petróleo, los barones de la hulla y los magnates del acero, sabiendo perfectamente que al cabo de cuatro años de deportes, de lujo y de "aburrido estudio de una serie de ciencias tediosas" volverían a casa con el espíritu depurado de la más leve sospecha de radicalismo. De este modo se moldean en los colegios y universidades decenas de millares de jóvenes norteamericanos, que salen de las aulas convertidos en aguerridos defensores del orden establecido, en guardias blancos de la reacción.

John Reed pasó cuatro años detrás de los muros de Harvard, donde sus atractivos personales y sus dotes lo hicieron querido de todos. Convive diariamente con los jóvenes vastagos de las clases ricas y privilegiadas. Sigue las lecciones grandilocuentes de los reflexivos y ortodoxos profesores de sociología; escucha los sermones de los sumos sacerdotes del capitalismo, los profesores de Economía Política. Y acaba organizando un club socialista en el corazón de esta fortaleza de la plutocracia. Fue un verdadero bofetón asestado en la cara de estos sabios ígnaros. Sus profesores se consolaron pensando que sólo se trataba, sin duda, de una travesura de muchacho. "El radicalismo -se dijeron- se le pasará apenas cruce las puertas del colegio y se encare con la realidad de la vida."

Terminados sus estudios y habiendo obtenido su grado universitario, John Reed se lanzó al amplio mundo, y en un período de tiempo increíblemente breve lo conquistó, gracias a su amor a la vida, a su entusiasmo y su pluma. Siendo todavía estudiante había colaborado en un periódico satírico titulado Latroon (El Burlón), haciendo gala de un estilo ingenioso y brillante. De su pluma brotó ahora un torrente de poemas, de relatos, de dramas. Los editores lo asaltaban con proposiciones, las revistas ilustradas le ofrecían sumas casi fabulosas, los grandes diarios le pedían crónicas sobre los acontecimientos más importantes de la vida en el extranjero.

Se convirtió así en peregrino de los grandes caminos del mundo. Quien quisiera estar al corriente de la vida contemporánea no tenía más que seguir a John Reed; como el albatros, el ave de las tempestades, estaba presente dondequiera que sucedía algo importante.

En Paterson, una huelga de los obreros textiles fue creciendo hasta convertirse en una tempestad revolucionaria: allí estaba John Reed, en el corazón de la tormenta.

En Colorado, los esclavos de Rockefeller salieron de sus fosas y se negaron a volver a ellas, desafiando las macanas y los fusiles de los guardias: allí estaba John Reed, al lado de los rebeldes.

En México, los peones oprimidos levantaron el estandarte de la revuelta y, con Pancho Villa a la cabeza, marcharon sobre el Palacio Nacional; John Reed cabalgaba mezclado con ellos.

El relato de esta lucha vio la luz en la revista Metropolitan y más tarde en el libro México en armas[1]. Con patetismo auténticamente poético, John Reed pintó en estas páginas las montañas de color púrpura y los inmensos desiertos "defendidos, todo en torno, por las espinas de los cactus gigantes". Le gustaban las llanuras infinitas, pero amaba sobre todo a los hombres que moraban en ellas, explotados sin compasión por los terratenientes y la Iglesia católica. Reed los describe bajando con sus rebaños de los pastizales de las montañas para unirse a los ejércitos libertadores, cantando al atardecer junto a las hogueras del campamento y combatiendo aguerridamente por la tierra y la libertad, a despecho del frío y el hambre, descalzos y cubiertos de harapos.

Estalla la guerra imperialista. Dondequiera que truena el cañón, allí está John Reed: en Francia, en Alemania, en Italia, en Turquía, en los Balcanes, en Rusia. Por haber denunciado la traición de los funcionarios zaristas y recogido documentos que demostraban su participación en la organización de las matanzas antisemitas fue detenido por los esbirros en unión del célebre pintor Bordman Robinson. Pero, como de costumbre, valiéndose de una hábil intriga, de un azar afortunado o de un astuto subterfugio, logró escapar de sus garras y lanzarse riendo a la nueva aventura.

El peligro jamás lo detuvo. Era su elemento natural. Siempre se las arreglaba para llegar a las zonas prohibidas, a las líneas avanzadas de las trincheras.

¡Cuan vivo permanece en mi recuerdo el viaje que hice con John Reed y Boris Reinstein por el frente de Riga, en septiembre de 1917! Nuestro automóvil se dirigía al Sur, hacia Venden, cuando la artillería alemana comenzó a bombardear un pueblo situado al Este. De pronto, este pueblo se convirtió para John Reed en el lugar más interesante del mundo. Se empeñó en que fuésemos allí. Marchábamos prudentemente a rastras. De pronto estalló detrás de nosotros un enorme proyectil, y en el sitio por el que acabábamos de pasar brotó una columna negra de humo y polvo.

Llenos de miedo, nos agarramos unos de los otros, pero minutos después John Reed estaba radiante. Parecía como si hubiese satisfecho una necesidad imperiosa de su naturaleza.

Así recorría el mundo, de un país a otro, de un frente a otro, de una a otra aventura extraordinaria. Pero John Reed no era simplemente un aventurero, un periodista, un espectador indiferente, un observador impasible de los sufrimientos humanos. Lejos de ello, estos sufrimientos eran los suyos propios. El caos, el lodo, los sufrimientos y la sangre vertida ofendían su sentimiento de la justicia y del decoro. Trataba obstinadamente de descubrir la raíz del mal, para extirparla.

Cuando regresaba a Nueva York de sus andanzas por el mundo no era para descansar, sino para seguir trabajando en defensa de sus ideas.

A su vuelta de México declaró: "Sí, México se halla sumido en la revuelta y el caos. Pero la responsabilidad de ello no recae sobre los peones sin tierra, sino sobre los que siembran la inquietud mediante envíos de oro y de armas, es decir, sobre las compañías petroleras inglesas y norteamericanas en pugna..."

Regresó de Paterson para montar en la sala más capaz de Nueva York, en Madison Square Garden, una grandiosa representación dramática titulada "La batairífclel proletariado de Paterson contra el capital".

Trajo de Colorado el relato de los asesinatos de Ludlow, cuyo horror casi superaba al denlos fusilamientos del Lena, en la Siberia. Contó cómo los mineros eran arrojados de sus casas, cómo vivían en tiendas de campaña, cómo estas tiendas eran rociadas de gasolina e incendiadas, cómo los soldados disparaban contra los obreros que corrían, y cómo perecieron entre las llamas una veintena de mujeres y niños. Dirigiéndose a Rockefeller, rey de los millonarios, declaró: "Esas son tus minas, esos son tus bandidos mercenarios y tus soldados. ¡Sois unos asesinos!"

Regresaba de los campos de batalla no con triviales charlas acerca de las ferocidades de tal o cual beligerante, sino maldiciendo la guerra en sí, como una carnicería, un baño de sangre organizado por los imperialismos rivales. En el Liberator, revista progresiva de carácter revolucionario, a la que entregaba gratuitamente sus mejores escritos, publicó un virulento artículo antimilitarista bajo los titulares: "Prepara una camisa de foerza para tu hijo soldado". Fue llevado con otros autores ante un Tribunal de Nueva York, acusado de alta traición. El fiscal hizo lo indecible por arrancar de los jurados patriotas un veredicto que sirviera de escarmiento; llegó incluso a situar cerca de los edificios del tribunal una banda que estuvo tocando himnos nacionales todo el tiempo que duraron las deliberaciones. Pero Reed y sus compañeros defendieron valientemente sus convicciones. Después de que Reed hubo declarado gallardamente que consideraba como su deber luchar por la transformación social bajo la bandera revolucionaria, el fiscal le dirigió esta pregunta:

-Pero, en la actual guerra, ¿combatiría usted bajo la bandera norteamericana ?

-¡No! -contestó Reed en forma categórica.

-¿Y por qué?

Y, a manera de respuesta, John Reed pronunció un discurso apasionado en el que pintíba los horrores de que había sido testigo en los campos de batalla. Su narración fue tan elocuente, tan impresionante, que incluso algunos de los jurados miembros de la pequeña burguesía y ya prevenidos contra los acusados no pudieron contener las lágrimas. Todos los redactores fueron absueltos.

En el momento en que los Estados Unidos entraban en la guerra, John Reed hubo de sufrir una operación quirúrgica. Le extirparon un riñon. Los médicos lo declararon inútil para el servicio militar.

-La pérdida de un riñon -decía irónicamente- me puede librar de hacer la guerra entre dos pueblos. Pero no me exime de hacer la guerra entre las clases.

En el verano de 1917, John Reed salió apresuradamente para Rusia, donde había percibido, en los primeros combates revolucionarios, la proximidad de una gran guerra de clases.

Un rápido análisis de la situación le llevó a la conclusión de que la conquista del poder por el proletariado ruso era lógica e inevitable. Todas las mañanas, al despertarse, comprobaba, con una pena rayana en la irritación, que la revolución no había comenzado todavía. Por último, el Smolny dio la señal y las masas se lanzaron a la lucha revolucionaria. De la manera más natural del mundo, John Reed se lanzó con ellas. En todas partes, como dotado del don de ubicuidad, se halló presente: en la disolución del preparlamento, en el levantamiento de las Barricadas, en el delirante recibimiento tributado a Lenin y a Zinoviev al salir de la clandestinidad, en la caída del Palacio de Invierno...

Pero todo esto lo ha referido él en su libro.

Por dondequiera que pasaba iba recogiendo documentos. Reunió colecciones completas de la Pravda y la Izvestia, proclamas, bandos, folletos y carteles. Sentía una especial pasión por los carteles. Cada vez que aparecía uno nuevo no dudaba en despegarlo de las paredes si no podía obtenerlo de otro modo.

Por aquellos días, los carteles aparecían en tal profusión y con tal rapidez, que los fijadores tropezaban con dificultades para encontrar sitio donde pegarlos en las paredes. Los carteles de los kadetes, de los socialrevolucionarios, los mencheviques, los socialrevolucionariós de izquierda y los bolcheviques, eran pegados unos encima de otros, en capas tan espesas, que un día Reed desprendió dieciséis sobrepuestos. Me parece verle en mi cuarto mientras tremolaba la enorme plasta de papel, gritando: "¡Mira! ¡He agarrado de un golpe toda la revolución y la contrarrevolución!"

Fue formaardo así, por los procedimientos más diversos, una colección formíaable de documentos. Tan formidable que, al desembarcar en el puerto de Nueva York, después de 1918, los agentes de la Procuraduría de los Estados Unidos le despojaron de ella. Logró, sin embargo, rescatarla y ponerla a buen recaudo en el cuartucho neoyorquino donde, entre el estruendo de los trenes aéreos y los subterráneos corriendo sobre su cabeza y debajo de sus pies, escribió su libro DIEZ DÍAS QUE ESTREMECIERON AL MUNDO.[2]

Como es natural, los fascistas norteamericanos no tenían el menor deseo de que este libro llegase a conocimiento del público. En seis ocasiones se introdujeron en las oficinas de la casa editora, tratando de robar el manuscrito. Una fotografía de John Reed lleva esta dedicatoria: "A mi editor, Horace Liveright, que ha estado a punto de arruinarse por lanzar este libro".

No fue este libro el único fruto de su actividad literaria relacionado con la propaganda de la verdad sobre Rusia. La burguesía no quería, naturalmente, oír hablar de esa verdad. Odiaba y temía a la Revolución rusa, a la que trató de ahogar en un torrente de mentiras. Las tribunas políticas, las pantallas de los cines, las columnas de los periódicos y de las revistas desparramaban oleadas interminablesde repungnantes calumnias. Las revistas que antes se desvivían por obtener artículos de Reed se negaban ahora a publicar ni una sola línea escrita por él. Pero no podían impedirle que hablara. Y John Reed tomaba la palabra en mítines donde las multitudes se apretujaban.

Fundó una revista. Se incorporó a la redacción de la revista socialista The Revolutionary Age ("La Edad Revolucionaria") y después a la del Communist. Escribió artículo tras artículo para el Liberator, recorrió el país, participó en conferencias, atiborrando de datos a cuantos le escuchaban, contagiándoles su pasión combativa, su ardor revolucionario. Por último, organizó con su grupo, en el mismo corazón del capitalismo norteamericano, el Partido Obrero Comunista, lo mismo que diez años antes había organizado un club socialista en el propio corazón de la Universidad de Harvard.

Como de costumbre, los "sabios" se habían equivocado. El radicalismo de John Reed había sido cualquier cosa menos un "capricho pasajero", una "travesura de muchacho". Contra sus pronósticos, el contacto con el mundo exterior no había curado a John Reed de sus "locuras". Por el contrario, sólo había servido para reafirmar y reforzar su radicalismo,. Cuan firmes y profundas eran las convicciones de John Reed pudo comprobarlo la burguesía norteamericana leyendo The Voice of Labour, el nuevo órgano comunista que se publicaba bajo la dirección de nuestro autor. La burguesía de los Estados Unidos comprendió que, por fin, su patria contaba con un auténtico revolucionario. La sola palabra "revolucionario" la hace temblar. Es cierto que Norteamérica ha conocido revolucionarios en el remoto pasado y todavía hoy existen en el país sociedades como las que se adornan con los nombres de Hijos de la Revolución Norteamericana, que recuerdan aquellos tiempos. Es la forma que tiene la burguesía reaccionaria de rendir homenaje a la revolución de 1776. Pero aquellos revolucionarios hace ya mucho tiempo que dejaron este mundo. En cambio, John Reed era un revolucionario viviente, increíblemente vivo y dinámico, ¡un verdadero desafío para la burguesía! Había que encerrarlo a toda costa detrás de las rejas de la prisión. John Reed fue, pues, detenido y encarcelado. Y no una vez, ni dos, sino veinte veces. En Filadelfia, la policía clausuró el local donde John Reed iba a tomar la palabra en un mitin. John Reed se subió a una caja de jabón y, desde esta tribuna improvisada, en plena calle, habló a un nutrido auditorio. El mitin tuvo tanto éxito, despertó tal simpatía que, detenido el orador por "alteración del orden público", no fue posible convencer al jurado de que pronunciase un veredicto condenatorio. Parecía como si las autoridades de todas las ciudades de los Estados Unidos no se sintieran contentas hasta haber detenido a John Reed una vez por lo menos.

Pero siempre lograba salir en libertad bajo fianza o un aplazamiento del juicio que aprovechaba para ir a librar otra batalla en un nuevo terreno.

La burguesía occidental ha hecho ya un hábito el achacar todas sus desgracias y fodos sus reveses a la Revolución rusa. Uno de sus crímenes más nefario es haber sacado de quicio a este joven norteamericano, de dotes tan brillantes, convirtiéndolo en fanático de la revolución. Así piensa la burguesía. La realidad es un poco diferente.

La verdad es que no fue Rusia quien hizo de John Reed un revolucionario. Desde el día en que nació corría por sus venas sangre revolucionaria norteamericana. Por mucho que constantemente y en todas parte se considera a los norteamericanos como gentes orondas y bien nutridas, satisfechas de sí mismas y reaccionarias, todavía circula por sus venas el espíritu de inconformidad y de rebeldía. Basta recordar a los grandes rebeldes de otros días: Thomas Paine, Walt Whitman, John Brown, Parsons. Y ahí están también, en fecha más cercana, los camaradas de armas de John Reed: Bill Haywood, Robert Minor, Rootenberg y Foster. Basta recordar los sangrientos conflictos de los distritos industriales de Homestead, Pullman y Lawrence y las luchas de la I.W.W. Todos ellos -los dirigentes y las masas- eran hombres de pura estirpe norteamericana. Y aunque en la hora actual los hechos parecen desmentirlo, la sangre de los norteamericanos está fuertemente impregnada de espíritu de rebelión.

No vale decir, por tanto, que fue Rusia la que hizo de John Reed un revolucionario. Sí hizo de él, es verdad, un revolucionario consecuente y de mentalidad científica. Este es su mérito. Rusia llevó a su mesa de trabajo los libros de Marx, Engels y Lenin. Le ayudó a comprender el proceso histórico y la marcha de los acontecimientos. Le ayudó a cambiar sus puntos de vista humanistas un poco vagos por los hechos escuetos y rudos de la economía política. Le ayudó a convertirse en un educador del movimiento obrero americano y a esforzarse por situarlo sobre aquellos cimientos científicos en los que él mismo había asentado sus convicciones.

-La política no es tu fuerte, John -le decían algunas veces sus amigos-. Tú no has nacido para propagandista, sino para artista. Debes consagrar tu talento exclusivamente al trabajo literario creador. Reed sentía con frecuencia la verdad de estas palabras, pues en su mente brotaban sin cesar nuevos poemas, nuevos dramas, que buscaban a cada paso su expresión, que aspiraban a revestir forma poética. Y cuando sus amigos insistían en que abandonara la propaganda revolucionaria y se entregara a su pluma, les contestaba sonriendo:

-Está bien, en seguida os daré gusto.

Pero ni por un memento interrumpía sus actividades revolucionarias. Aquello era superior a sus fuerzas. La Revolución rusa se había adueñado de él en cuerpo y alma, lo cautivaba, lo obligaba, quisiera o no, a someter su temperamento anárquico, vacilante, a la rigurosa disciplina mental del comunismo. Lo había enviado, como una especie de profeta, con la antorcha encendida a las ciudades de Norteamérica. Hasta que, un buen día, la Revolución lo llamó a Moscú para trabajar en la Internacional Comunista por la unificación de los dos partidos comunistas existentes en los Estados Unidos.

Pertrechado con nuevos conocimientos de la teoría revolucionaria, John Reed emprendió un viaje clandestino rumbo a Nueva York. Denunciado por un marinero, lo obligaron a desembarcar y fue recluido en la celda de una cárcel de Finlandia. Desde allí logró llegar de nuevo a Rusia, escribió en las páginas de la Internacional Comunista, reunió documentos para un nuevo libro, fue enviado como delegado al Congreso de los pueblos de Oriente, celebrado en Bakú. Pero habiendo contraído el tifus (probablemente en el Cáucaso) y agotado por el exceso de trabajo, la enfermedad lo abatió, y murió el domingo 17 de octubre de 1920.

Muchos combatientes del temple de John Reed han luchado contra el frente contrarrevolucionario, en los Estados Unidos y en Europa con la misma determinación con que el Ejército rojo peleó frente a la contrarrevolución en la U.R.S.S. Unos han caído víctimas de la furia homicida; otros han enmudecido para siempre en las cárceles; uno perdió la vida en una tempestad desatada en el Mar Blanco, de regreso a Francia; otro se estrelló en San Francisco con el avión desde el que lanzaba proclamas protestando contra la intervención. El asalto del imperialismo contra la revolución ha sido furioso, pero más todavía habría podido serlo de no haber existido estos combatientes. No cabe duda de que hombres como éstos han contribuido en algo a contener los embates de la contrarrevolución. La Revolución rusa no ha contado solamente con la ayuda de los rusos, los ucranianos, los tártaros y los caucasianos; también han aportado a ella sus esfuerzos, siquiera sea en menor medida, los franceses, los alemanes, los ingleses, los norteamericanos y otros pueblos. Entre estos hombres "no rusos" descuella en primer plano la figura de John Reed, hombre de dotes excepcionales, arrebatado por la muerte cuando se hallaba en la plenitud de sus fuerzas...

Cuando de Helsingfors y de Reval llegó la noticia de su muerte estábamos convencidos, en los primeros momentos, de que era una mentira más de las muchas que salen a diario de las fábricas de falsedades contrarrevolucionarias. Pero cuando Louise Bryant nos confirmó la desconcertante noticia tuvimos que abandonar, pese a nuestro dolor, la esperanza de verla desmentida.

A pesar de que la muerte sorprendió a John Reed en el exilio, desterrado de su patria y condenado a una pena de cinco años de cárcel, la misma prensa burguesa se vio obligada a rendir tributo al artista y al hombre. Un suspiro de alivio se escapó del pecho de los burgueses: ¡John Reed, el gran desenmascarador de sus mentiras y de su hipocresía, el hombre cuya pluma era para ellos un azote, ya no existía!

Los revolucionarios de los Estados Unidos han sufrido una pérdida irreparable. Es muy difícil para los camaradas que viven fuera de Norteamérica calibrar el profundo duelo provocado por su muerte. Los rusos consideran como algo perfectamente natural y lógico el que un hombre muera por sus convicciones. No hay por qué derramar lágrimas sobre una muerte así. Miles y decenas de miles de hombres han dado su vida por el socialismo en la Rusia soviética. En los Estados Unidos, las vidas así inmoladas no abundan. Si se quiere, John Reed fue el primer mártir de la revolución, el que marcó el camino seguido luego por miles. El brusco final de su vida, verdaderamente meteórica, en la lejana Rusia cercada por el bloqueo, fue un golpe terrible para los comunistas norteamericanos.

Un consuelo les queda a sus viejos amigos y camaradas; los restos de John Reed reposan en el único lugar en el mundo donde él quería encontrar su último descanso: en la Plaza Roja de Moscú, al pie de las murallas del Kremlin.

Sobre su nicho se ha colocado una piedra sepulcral a tono con su carácter, una piedra de granito sin pulir en la que aparecen grabadas estas palabras:

JOHN REED
DELEGADO A LA TERCERA INTERNACIONAL
1920

___________________________

NOTAS

[1] John Reed, Insurgent Mexico, 1914. Publicado por el autor.

[2] John Reed. Ten Days That Shook The World. 1919, Boni & Liveright, Nueva York.

CORREPI - BOLETÍN INFORMATIVO NÚMERO 534 – 14 de octubre de 2009


Sumario:

1.- Seis gatillos en menos de una semana.

2.- Represión en Resistencia.

3.- Violadores sin inseguridad.

4.- La Cámara de La Plata hace los deberes.

5.- Asesinado en protesta contra el FMI.

6.-BarcelonAntirrepresiva: La policía metropolitana admitirá que sus agentes porten picanas “pero solo con fines disuasorios”.

7.- Próximas actividades.


SEIS GATILLOS EN MENOS DE UNA SEMANA


En la semana que pasó, la policía asesinó por medio del gatillo fácil a una persona cada 28 horas. El 66,6% de las víctimas eran menores de 25 años (uno apenas había cumplido 16). En cuatro casos, la investigación está explícitamente a cargo de los propios compañeros del policía asesino (y en los otros dos, con un poco más de disimulo). El 83.3 % de los uniformados que dispararon sus armas reglamentarias estaban fuera de servicio. Ninguno de ellos sufrió herida alguna.

Ramiro Castro (16), fue asesinado con siete balazos en la espalda luego de que un efectivo de la DDI (División de Investigaciones) de Moreno le cortara los dedos con un machete. Ocurrió en el Barrio Los Paraísos, cerca de Trujuy, el viernes 9. Ramiro y dos amigos entraron a un local de ventas de celulares cuyo dueño es el policía. Intentó, según la versión de su asesino, tomar una carcaza de celular exhibida en la vidriera. Al extender la mano recibió el machetazo que le cortó dos dedos, y, cuando corría desesperado, siete balazos por la espalda. Uno de sus amigos recibió un tiro en el pulmón. Para cuando llegaron sus colegas, el policía había esposado el cadáver, por si pretendía retomar la fuga.

El domingo 4, luego que una niña de 8 meses recibiera un disparo en el hombro, varios vecinos salieron a las calles del barrio Fonavi Parque Oeste, dirigidos por el abuelo de la nena, el sargento ayudante Orlando José Medina, para buscar al supuesto responsable. En medio de la cacería murió baleado en el pecho David Joel Domínguez (23), conocido como Pili. El sargento sitió a David en un dormitorio y le disparó. El uniformado fue detenido, y otros dos efectivos del Comando, los primeros en llegar al lugar, también fueron arrestados, como partícipes necesarios del homicidio.

Sergio Daniel S., de 21 años, fue asesinado en la zona sur de Rosario por una bala policial. La noticias hablan de un robo a un ciber, de dos personas que salieron en una moto y que “en la confusa sucesión de hechos” participó el sargento primero Luis G., que efectuó “al menos un disparo intimidatorio al aire” para abortar la fuga. Tan confuso no habrá sido, porque se ordenó al detención del policía.

Una persona de alrededor de 30 años fue asesinada en el barrio de Lanús por un policía federal durante un intento de robo a una vivienda. Según la versión policial, el efectivo, que repartía citaciones judiciales, le disparó un tiro en el tobillo y luego realizó más disparos hasta matar al asaltante. La fiscalía interviniente, hasta el momento, no dispuso ninguna medida respecto del policía.

Un sargento de la División Inteligencia Federal de San Isidro viajaba con una compañera de trabajo en su camioneta Mitsubishi 4x4 cuando dos sujetos se les acercaron. El policía, de 51 años, extrajo su arma reglamentaria y asesinó a uno de ellos a metros de la camioneta. El policía no está detenido, sin embargo el hermano de 18 años de la víctima, sí. Fue apresado cuando fue a preguntar en la comisaría que había ocurrido con su familiar.

Dos hechos similares ocurrieron en José C. Paz y Pilar. En el primero, una mujer policía mató de un balazo a una persona que se le acercó al remise en el que se trasladaba, al tiempo que otro efectivo de la bonaerense repelió a balazos un supuesto asalto en Pilar y disparó contra un joven que murió desangrado.


REPRESIÓN EN RESISTENCIA


Movimientos sociales, aborígenes y piqueteros mantenían un acampe desde el 5 de agosto en la Plaza 25 de Mayo, de resistencia, Chaco, en reclamo por el incumplimiento de compromisos asumidos por el gobernador de la provincia, Jorge Capitanich. Entre las demandas se incluía el pago de becas y jornales, provisión de materiales y herramientas para la construcción de las casas y copeos para los comedores.

Por decisión del ministro de Gobierno, Juan Manuel Pedrini, y con orden de la jueza de faltas María del Carmen Fernández, el 30 de septiembre, la policía de la provincia comenzó el operativo de desalojo. Con un despliegue de 550 efectivos de distintas divisiones y el apoyo de móviles de bomberos, las fuerzas represivas cayeron sobre los manifestantes. Hubo golpes, corridas, 29 detenidos, y varios heridos, entre ellos, un fotógrafo que recibió un culatazo que le quitó varios dientes.

La decisión política del desalojo fue justificada por Pedrini, argumentando que “se atentó contra los derechos ambientales de los habitantes de Resistencia” y que “se debe permitir el uso y goce por parte del conjunto de la población de un espacio verde y público”.

Los movimientos sociales no frenaron la lucha, aunque el gobierno de la provincia ha intentado desviar la atención hacia un nuevo problema matrimonial entre Capitanich y su esposa, Sandra Mendoza, quien intervino en el momento de la represión en defensa de las agrupaciones que acampaban.

Existe y se defiende con palos y represión el derecho de andar por una plaza o de circulación en la vía pública, pero no los derechos de alimentación, trabajo y vivienda.


VIOLADORES SIN INSEGURIDAD


Esta semana las violaciones perpetradas por integrantes de fuerzas de seguridad fueron noticia.

En Misiones, un suboficial de la policía provincial, pese a haber sido denunciado por su sobrina de 18 años inmediatamente luego del hecho, recién fue detenido cuando estuvieron los resultados del ADN de la criatura nacida como consecuencia de la violación.

Sin perjuicio de la imputación, por el hecho de pertenecer a las fuerzas, tendrá, por parte del poder judicial, el mismo trato preferencial que los policías de Escobar, violadores de la joven discapacitada Paula Lauro en 2004. Los acusados llegaron en libertad al juicio oral esta semana. Aunque tres de ellos fueron condenados a 13 años de prisión, seguirán libres hasta que la sentencia, algún día, si llega, quede firme. Se supo que uno de ellos maneja un taxi. No es de extrañar que los demás estén, como tantos otro exonerados, al servicio de la represión como seguridad privada.


LA CÁMARA DE LA PLATA HACE LOS DEBERES


¿A quién se le ocurre el tremendo dislate de decir que la policía no debería detener pibes de menos de 18 años porque sí? ¿A un juez contencioso administrativo que resolvió un recurso de amparo aplicando nada más que lo obvio? ¿Que no tuvo mejor idea, para salir en los diarios, que hacer lugar a un recurso de habeas corpus presentado por otro delirante, un defensor de menores que “descubrió” que la policía detiene todos los días pibitos que no cometieron otro delito que ser pobres? A no preocuparse, camaradas, ahí está la Cámara Criminal , con sus excelencias siempre listas a decir el derecho de los poderosos...

El año pasado, el defensor oficial de menores de La Plata , Julián Axat, se enteró que la enorme mayoría de las detenciones de chicos menores de 18 años son “justificadas” por la policía con la averiguación de antecedentes, las contravenciones o faltas, o el inefable recurso del procedimiento de “entrega del menor” a sus padres, que ni siquiera intenta una justificación normativa. Indignado (aunque algo tardíamente, porque nada de eso es novedad desde que la policía existe), interpuso un habeas corpus, con un argumento imbatible: un chico sólo puede ser detenido si se sospecha que cometió un delito, o si se lo pesca en flagrancia (“con las manos en la masa”, y siempre, siempre, dando aviso al juez y al asesor de menores de turno.

Con la misma lógica elemental, el juez Luis Federico Arias dictó sentencia diciendo lo casi obvio: para que alguien sea detenido, es necesario que haya una causa razonable, y más aún, si se trata de un niño. Citó la constitución nacional, la provincial, los tratados y convenciones internacionales y la condena de la Corte Interamericana de DDHH contra el estado argentino en el Caso Bulacio.

En nuestro Boletín nº 504 dijimos que ese fallo era un típico ejemplo de temporaria “esquizofrenia judicial”. No nos equivocamos. Ya la Cámara Penal platense, a partir de la apelación del ministro de seguridad Stornelli, se encargó de poner las cosas en su lugar, revocando la sentencia del díscolo Arias, al que por poco mandó a lavar los platos y a ocuparse de los juicios de apremios en su juzgado contencioso administrativo. Impecable el argumento de los señores camaristas: “Se trata de una cuestión que hace a la esencia de la forma republicana de gobierno ya que compromete la separación de Poderes. Nunca falla el recurso de la división de poderes cuando se trata de justificar el ejercicio de las políticas represivas estatales.

ASESINADO EN PROTESTA CONTRA EL FMI


A pesar de que, día a día, las fuerzas represivas se cobran vidas en todo el mundo, hay algunos nombres que resuenan, como Carlo Giuliani y Jean Charles de Menezes.

Ambos fueron asesinados en contextos en los que un estado veía en peligro su “orden capitalista”. Giulinani fue asesinado a quemarropa por la policía italiana durante una protesta anti-globalización en Génova, en 2001. Menezes fue fusilado de 7 balazos por el Scotland Yard por ser morocho, extranjero y correr con una mochila en el subte, en plena paranoia “antiterrorista”.

Esta vez, la represión estatal sumó otro muerto en un contexto similar. Le tocó a Ishak Kavlo, de 55 años, que protestaba en Estambul, Turquía, contra la asamblea del FMI y el Banco Mundial.

El manifestante denunciaba, junto a otros 4.000 militantes de movimientos sociales, sindicatos y grupos de izquierda, las políticas económicas voraces de estos organismos al grito de “FMI: amigo de los patrones, enemigo de los obreros” y “Vuestra democracia es dictadura, vuestra economía es esclavitud. Váyanse, ladrones.

Kavlo murió de un paro cardíaco luego de que se produjera una brutal represión con balas de gomas y gases lacrimógenos en el centro de la ciudad, donde también fueron detenidas unas 100 personas. Unos días antes, un estudiante turco le pegó un zapatazo al director general del FMI, Dominique Strauss-Kahn, quien dictaba una conferencia en la universidad de Bilgi.

Una vez más, el Estado muestra su carácter represivo para adoctrinar a los que pretenden protestar contra el status quo imperante a nivel global.

BARCELONANTIRREPRESIVA:

LA POLICÍA METROPOLITANA ADMITIRÁ QUE SUS AGENTES PORTEN PICANAS "PERO SOLO CON FINES DISUASORIOS"


La puesta a punto de la primera camada de la Policía Metropolitana avanza más allá del procesamiento de quien había sido propuesto inicialmente como jefe, el malogrado Jorge "Fino" Palacios, hoy en la mira de la justicia por el supuesto delito de encubrimiento en el atentado a la AMIA. “Minucias”, dicen en las filas del macrismo policial, en donde ya pueden encontrarse algunas pistas no sólo del uniforme color caqui de la nueva policía sino también del equipamiento que tendrá cada agente. Esposas, armas de grueso calibre, el clásico machete, gas paralizante y -aquí la novedad- la moderna "picanita porteña".

No la van a usar, es sólo con fines disuasorios”, dicen con una sonrisa inocultable los voceros consultados. Se refieren a la flamante “picana porteña”, el nuevo accesorio con el que los agentes de la Policía Metropolitana saldrán a patrullar las calles de la ciudad. “Estamos afinando detalles, y tenemos que pasar las últimas instancias de aprobación”, revelan.

Se trata, sin duda, de un motivo para la polémica. Recargable (“encima es ecológica”, se entusiasman sus pregoneros), con una capacidad de descarga similar a los 220 voltios y una autonomía de una hora (“alcanza para que canten hasta los mudos”, se restriegan las manos sus defensores), “la picana porteña” es la vedette de la nueva policía. Y ya despierta polémicas.

Quienes la proponen dicen que servirá para que los delincuentes piensen dos veces antes de llevar adelante sus delitos. Quienes se oponen se dividen en dos: los que creen que los delincuentes no piensan ni una ni dos veces antes de delinquir, y los que creen que los agentes no dudarán en usar su arma, con lo cual las posibilidades de abuso están a la mano. “No podemos permitir caer en el riesgo de la picana fácil”, advierten.


PRÓXIMAS ACTIVIDADES

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Miercoles 14, jueves 15 y viernes 16, desde las 9:00, movilización frente a los tribunales orales de la Ciudad de Buenos Aires, Tacuarí 138, durante el juicio oral contra los compañeros Oscar Furchi y Maximiliano Verón, acusados por protestar contra la instalación de rejas en la Plaza Martín Fierro.

Miércoles 28 de octubre, 21:00, presentación del libro de María del Carmen Verdú REPRESIÓN EN DEMOCRACIA – de la “primavera alfonsinista” al “gobierno de los derechos humanos” en el Auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Viernes 20 de noviembre, 18:00, acto en Plaza de Mayo presentando la actualización del Archivo de Casos de personas asesinadas por el aparato represivo estatal. “2009: MÁS CRISIS, MÁS REPRESIÓN”.


Los sábados a las 18:00, escuchá la columna de opinión de María del Carmen Verdú en el programa Leña al Fuego, del periodista H. Schiller, por Radio Porteña, AM 1110 - www.radiodelaciudad.gov.ar , tel. 5371-4600, Sarmiento 1551, 9° piso. Entrada libre y gratuita.

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24 Encuentro de Mujeres: Tucuman 2009 Carta de Romina Tejerina

Carta de Romina Tejerina a las trabajadoras de Terrabusi, leida por su hermana Mirta en el marco del XXIV Encuentro Nacional de Mujeres realizado en la ciudad de San Miguel de Tucumán