jueves, 30 de agosto de 2012

El verdadero rostro de Sudáfrica



      
Escrito por Secretariado Internacional LIT-CI
Miércoles 29 de Agosto de 2012
Gobierno reprime huelga salvajemente y asesina 34 mineros
El 17 de agosto pasado, la policía sudafricana reprimió salvajemente una manifestación de 3.000 trabajadores en huelga de la mina Marikana (a 100 km de Johannesburgo), asesinando 34 obreros e hiriendo a otros 78. Lo sucedido recuerda los peores hechos represivos de la época del apartheid y lleva a preguntarse: ¿qué cambió en Sudáfrica desde el fin de este siniestro régimen político, en 1994?
Los hechos de Marikana fueron comparados, con justicia, con la masacre de Sharperille, un suburbio de Johannesburgo, en 1960, y con la tristemente célebre masacre de Soweto, otro suburbio de esa ciudad, en 1976. Son una muestra de que la profunda desigualdad social entre la minoría blanca (menos del 10%) y la inmensa mayoría negra (80%), de hecho una clara divisoria de clases, no se terminó con el apartheid ni tampoco se cambió la estructura económico-social que está en la base de esa profunda desigualdad.

Lo que sí cambió es el hecho de que ahora son un régimen y gobiernos controlados por un pequeño sector de la población negra, una nueva burguesía que pasó a defender el estado capitalista. Por eso, ya no le interesa cuestionar la explotación e incluso acepta que la burguesía blanca haya continuado con sus inmensas riquezas y mantenga sus privilegios, imponiendo una explotación salvaje a la clase trabajadora cuya inmensa mayoría es negra. Por eso, para entender las contradicciones que estallaron en Marikana, es necesario repasar brevemente algunos elementos de la historia sudafricana que llevan a la situación actual.

El apartheid

Sudáfrica tiene casi 50 millones de habitantes y es el país más desarrollado e industrializado del continente africano. El eje de su economía es la actividad minera, especialmente la extracción de oro, diamantes y platino (es el principal productor mundial de este metal). Actualmente, hay cerca de 500.000 trabajadores mineros, en su absoluta mayoría negros ya que, por las condiciones laborales y salariales, los blancos no quieren trabajar en esta industria.

El país sufrió dos colonizaciones blancas: una de origen inglés y otra holandesa, que dio origen a los llamados “afrikáner”. Los afrikáner fueron ganando predominio y, a partir de 1910, comenzaron a construir el régimen del apartheid en el que los negros no tenían voto ni ningún derecho político. Este sistema fue completado en 1948.

Como parte de este sistema, se formaron verdaderas aberraciones jurídicas, los bantustanes (como Lesotho), supuestas repúblicas negras “independientes” de las que sus habitantes sólo podían salir con permisos especiales, incluso para ir a trabajar diariamente. Si transgredían estos permisos eran duramente reprimidos.

Los niveles de explotación de la población negra eran cercanos a la esclavitud: esta población vivía en gigantescas favelas o villas miserias, de las cuales la más famosa fue la de Soweto, con casi un millón de habitantes hacinados en las peores condiciones, casi sin ningún servicio básico garantizado.

Fue sobre esta base de superexplotación y de un inmenso aparato represivo estatal que la burguesía blanca sudafricana, asociada a capitales ingleses y holandeses, construyó su poderío y su riqueza.


El fin del apartheid

La población negra luchó duramente contra esta situación y por sus derechos políticos. Periódicamente, se producían explosiones que eran respondidas con una salvaje represión y masacres, algunas de las cuales hemos citado.

Como parte de la lucha contra el apartheid, se funda el Congreso Nacional Africano que, a partir de la década de 1950, comienza a tener un crecimiento cada vez más acelerado hasta transformarse en la expresión política y la dirección de la mayoría de la población negra. Su dirigente más conocido y de mayor prestigio popular e internacional fue Nelson Mandela, quien estuvo preso entre 1962 y 1990.

La lucha del pueblo negro contra el régimen apartheid iba creciendo y radicalizándose cada vez más. También su aislamiento internacional. Su caída parecía inevitable y existía la posibilidad de que esta lucha barriese al régimen por una vía revolucionaria y avanzase también en el camino de una revolución socialista del pueblo negro que también destruyese las bases capitalistas de la dominación blanca.

Estaba planteada la posibilidad que las masas en su lucha revolucionaria expropiasen la burguesía blanca, lo que sería en realidad la expropiación de casi toda la burguesía sudafricana.

Ante esa situación y para frenar y controlar el proceso revolucionario, una mayoría de la burguesía blanca sudafricana elaboraron un plan de una transición que “desmontase” el apartheid de modo ordenado y, a la vez, garantizase su dominio económico, a través del mantenimiento de la propiedad de las empresas y bancos. Las potencias imperialistas apoyaron a fondo este plan, uno de cuyos operadores fue el obispo negro Desmond Tutu, en su momento ganador del Premio Nobel de la Paz por este servicio.

Se dio forma a un pacto en el que a cambio de eliminar el apartheid se mantendría el sistema capitalista y la dominación económica burguesa. Así la burguesía blanca, se alejaría del control directo del estado y aceptaría la asunción del CNA para mantener su dominación de clase. Contaron para ello, con la colaboración de Nelson Mandela (liberado en 1990) y del Congreso Nacional Africano, que pasaron a frenar la lucha del pueblo negro y participaron de las negociaciones y de la transición hasta 1994, cuando Mandela fue elegido presidente.

La realidad actual


El fin del apartheid fue un gran triunfo del pueblo negro sudafricano que, al eliminarse el apartheid, obtuvo libertades, derechos políticos y un sistema electoral basado en “una persona-un voto”. Se acabaron los bantustanes y, por primera vez en la historia del país, eligió un presidente de su raza.
Pero la estructura económica del país no fue tocada en lo absoluto y siguió dominada por la burguesía blanca que, ahora, contaba con la ventaja de tener un régimen y gobiernos negros para defender sus intereses. Al mismo tiempo la nueva burguesía negra se aprovechó del acceso del CNA al poder político para acumular una fuerza económica y pasar a ser parte de la clase dominante en Sudáfrica.

Al mantenerse esa estructura económica, la desocupación nacional es del 25%, pero en los trabajadores negros llega al 40%. Un 25% de la población vive con menos de 1,25 dólares diarios, considerado mundialmente el piso de la miseria y el hambre.

A casi 20 años del fin del apartheid, la burguesía blanca detenta grandes privilegios y riquezas mientras la inmensa mayoría del pueblo negro sigue viviendo en la pobreza y la miseria. Pero ahora esa burguesía blanca tiene como socia la burguesía negra que se formó en las últimas décadas. Esa desigualdad explosiva es la base de un gran crecimiento de la violencia social: hay 50.000 asesinatos por año (proporcionalmente, 10 veces más que en EEUU).

El CNA y el gobierno de Jacob Zuma

Al asumir el manejo del régimen y de los gobiernos post apartheid, en 1994, Mandela y el CNA cambiaron su carácter. Hasta ese momento, si bien con las profundas limitaciones de sus concepciones nacionalistas burguesas, habían sido la expresión de la lucha del pueblo sudafricano contra el apartheid. A partir de allí, se transformaron en los administradores del estado burgués sudafricano. A partir de esa opción, hicieron una nueva alianza con los antiguos enemigos afrikáners. Por esa alianza, a cambio de los servicios prestados, los principales cuadros y dirigentes del CNA se transformaron en una burguesía negra, socia menor de la blanca, que lucra con los negocios y negociados del Estado. Por ejemplo, el actual presidente Jacob Zuma fue acusado de corrupción, en 2005, cuando era vicepresidente, por recibir una alta comisión en la compra de armamentos en el exterior. “Viven en las mismas casas y en los mismos barrios que los blancos”, se indignan los trabajadores negros al ver el enriquecimiento de estos dirigentes,

Mandela abandonó la política activa en 1999. Lo sucedieron diversos presidentes del CNA, y las sucesivas elecciones ya comenzaron a evidenciar procesos de crisis y desgaste de esta organización. Jacob Zuma fue electo en 2009 y, en el exterior, se lo consideraba representante de un sector más a la “izquierda” y opositor a su antecesor Thabo Mbeki, que aplicó una política neoliberal y de favorecimiento al ingreso de capitales imperialistas. Algunas medidas tomadas en el campo de la salud y del empleo público (numerosos cargos reservados sólo para negros) parecían justificar esta definición.

Pero la realidad es que él representa una continuidad de la línea neoliberal y a favor de la burguesía sudafricana blanca y negra y la imperialista adoptada por el CNA. Por ejemplo, la mayoría de los sudafricanos piden la nacionalización de la minería, en gran medida en manos extranjeras (la empresa Lonmin, propietaria de la mina Marikana tiene su sede en Londres). El propio dirigente juvenil del CNA Julius Malema defendió la nacionalización pero Zuma se opuso terminantemente y destituyó a Malema de su cargo en el CNA. La represión a los mineros de Marikana completa el cuadro para ver de qué lado están Zuma y su gobierno.

¿Crisis en la COSATU?

La COSATU es la principal central sindical sudafricana, construida en la lucha contra el apartheid y en oposición a los viejos sindicatos “sólo para blancos”. En ese período, ganó su peso y su prestigio. Era un ejemplo mundial para la lucha de los trabajadores

Hoy está aliada, y de hecho integra, al CNA y apoya sus gobiernos y sus políticas. Esto le ha rendido grandes beneficios a sus dirigentes, en numerosos cargos gubernamentales o parlamentarios, y también en las empresas privadas. Por ejemplo, el ex-dirigente Cyril Ramaphoosa que fue líder de la lucha de los trabajadores mineros y contra el apartheid cuando encabezaba el sindicato minero nacional (NUM) y la COSATU, es hoy socio-propietario y miembro del directorio de la empresa Lonmin.

Este alineamiento con el CNA y sus políticas antiobreras y de defensa de la burguesía blanca parece estar provocando una crisis al interior de la COSATU. Por un lado, algunos activistas y cuadros estarían proponiendo la ruptura con el CNA y que la central lance un partido de los trabajadores.

Por el otro, se estarían produciendo rupturas en los sindicatos que la integran. Algo que se expresaría en la propia huelga de Marikana. Según las informaciones que manejamos, en esa mina surgió un nuevo sindicato (AMCU), caracterizado como “mucho más activo en sus demandas”, en ruptura con el de la COSATU (llamado NUM). AMCU ganó la mayoría en la mina e impulsó la huelga por aumento salarial (ganan unos 500 dólares mensuales y exigían un salario de 1500). El NUM habría estado en contra de la huelga y después de la masacre no hizo ninguna condena clara del gobierno, mientras alertaba contra los “divisionistas” (el AMCU).

Pero peor aún fue la posición del Partido Comunista sudafricano, integrante junto con el CNA y la COSATU del “trípode” en que se apoya el régimen. Luego de la masacre, el PC pidió “la detención inmediata de los dirigentes del sindicato AMCU, a los que acusó de provocar el caos con la excusa de la exigencia salarial”. En una nefasta posición de defensa del gobierno y de la patronal, para el PC el responsable de la masacre es el sindicato que impulsó huelga y sus dirigentes deben ir presos. ¡Indignante!
Algunas conclusiones

La represión a los mineros de Marikana dejó totalmente en claro la realidad sudafricana. Un régimen y un gobierno de una organización “negra” pero que defiende los intereses de la burguesía nacional –blanca y negra- e imperialista. Un aparato represivo que no vacila en perpetrar una sangrienta masacre para defender esos intereses. Una patronal que se siente segura y actúa con cínica soberbia: dos días después de la masacre, los voceros de Lonmin advirtieron que los trabajadores que no se presentaran a trabajar serían despedidos. Mientras tanto, los mineros que extraen un metal que se ven de 1.440 dólares la onza (28,35 gramos), ganan 500 dólares al mes y viven en casillas y barrios en las peores condiciones, y son masacrados si luchan por sus reclamos. Esa es la realidad del capitalismo en Sudáfrica.

Por eso, creemos que es necesario sacar conclusiones profundas. En la década de 1990, al pueblo negro sudafricano logró libertades y derechos políticos que indudablemente hay que defender. Pero continuó sometido a la peor explotación capitalista en beneficio de una minoría blanca y ahora también de la nueva burguesía negra oriunda de sus antiguos dirigentes. No habrá verdadera liberación del pueblo sudafricano sin destruir las bases capitalistas de esta explotación. Por eso, las imprescindibles luchas por mejores salarios y condiciones laborales dignas deben avanzar en el camino de la revolución obrera y socialista que liquide la explotación de clase que permanece en el país.

Más allá de estas conclusiones de fondo, frente a la masacre del Marikana, en primer lugar, expresamos nuestra más profunda solidaridad de clase con los trabajadores mineros y, especialmente, con las familias de los asesinados. La huelga continúa y comienza a extender a otras minas, como la Royal Bafokeng Platinum, de 7.000 trabajadores.

Apoyamos incondicionalmente esta lucha. Por eso, en primer lugar, llamamos a todos los sindicatos, organizaciones políticas y democráticas del mundo a realizar una gran campaña internacional de repudio a esta masacre y de exigencia de castigo a los responsables materiales, intelectuales y políticos de la misma, dentro del gobierno sudafricano y la empresa Lonmin. Llamamos también a gran campaña de solidaridad y apoyo a la huelga de Lonmin y las otras empresas mineras sudafricanas. Su triunfo será el de todos los trabajadores del mundo.

Secretariado Internacional LIT-CI

¡Libertad para Julian Assange ya!


Escrito por Redacción
Jueves 23 de Agosto de 2012
En las últimas semanas, el fundador de la web Wikileaks, el australiano Julian Assange, volvió a ocupar las portadas de la prensa mundial. Bajo amenaza de extradición a Suecia, donde responde al proceso por supuestas agresiones sexuales, Assange está, desde el día 19 de junio, refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres.

A través de Wikileaks, Assange hizo públicos miles de documentos secretos del gobierno y de las fuerzas armadas de los EE.UU., entre ellos comunicados diplomáticos acerca de las operaciones militares en Irak y en Afganistán. La publicación de material secreto -y, en muchos casos, escandaloso-, relativo a la actividad de gobiernos y corporaciones por el mundo, provocó la ira del imperialismo. Desde entonces, Assange está bajo la mira de una ofensiva de criminalización y contra la libertad de expresión. En Londres, llegó a ser apresado y liberado mediante fianza.

Conflicto diplomático


El anuncio del gobierno de Ecuador, a través del ministro de Relaciones Exteriores, Ricardo Patiño, de que el país concedería asilo político a Assange, inauguró un enorme conflicto diplomático. Gran Bretaña, en postura categórica de defensa de los intereses imperialistas, se niega, sin embargo, a conceder el salvoconducto que permitiría el viaje de Assange hasta América del Sur. La intención británica es de extraditarlo a Suecia, donde sería apresado por asedio sexual y, posiblemente, entregado a las autoridades norteamericanas.

La embajada ecuatoriana sigue, así, bajo el cerco policial permanente. Tamaña es la audacia del imperialismo, que Gran Bretaña llegó al punto de amenazar invadir la embajada para apresar a Assange -lo que enfrentaría completamente a todos los tratados en vigencia y el propio derecho internacional. El impasse sigue y, ahora, será debatido en la OEA.

Secretos del imperialismo

Cínicamente, las autoridades británicas dicen que tienen la “obligación legal de proceder a la extradición a Suecia”, ocultando que, en realidad, lo que no pueden tolerar es la amenaza al secreto de su diplomacia -cortina de humo que esconde agresiones a los pueblos, alianzas con regímenes sanguinarios y subordinación a los intereses de las grandes transnacionales.

La iniciativa de Wikileaks reveló al mundo la suciedad que se esconde en las relaciones entre estados del sistema mundial. Incluso, las llamadas democracias, como en Gran Bretaña y en los EE.UU, no admiten que haya cualquier control o, incluso, publicidad de sus negociaciones por el mundo. Cae, así, la máscara de la “libertad” ostentada por esos regímenes que, al perseguir y cercar a Assange, revelan su hipocresía en cuanto al discurso de la libertad de expresión.

Solidaridad a Assange

Ante la escandalosa persecución política al fundador de Wikileaks, es necesario que las organizaciones políticas, sindicales, estudiantiles y democráticas rodeen de solidaridad a Julian Assange y exijan el ejercicio de su derecho de asilo diplomático y a la libertad. Es necesario, incluso, rechazar la amenaza imperialista de invasión policial a la embajada de Ecuador, territorio soberano de aquel país.

Más que la defensa de un activista perseguido, esa actitud internacional, ante Gran Bretaña, puede encaminar a una lucha por el fin de la diplomacia secreta y por el control social amplio a los tratos entre los estados. La diplomacia secreta sirve a los intereses sólo de los ricos y poderosos que, así, no están obligados a dar cuenta de sus relaciones internacionales ante los pueblos de sus propios países.

Igualmente, la defensa incondicional de la libertad de expresión y de prensa puede, en este caso, confrontar la hipocresía de los regímenes llamados democráticos -donde gobiernos y burgueses pueden hacer de todo, incluso silenciar a sus opositores y a quienes divulgan sus secretos.
Traducción Laura Sánchez

Trotsky: A 72 años de su asesinato, su lucha y su legado cobran vigencia


Escrito por Nericilda Rocha
Lunes 20 de Agosto de 2012
Hace 72 años, el 21 de agosto de 1940, León Trotsky - el revolucionario ruso cuyo nombre está asociado con el socialismo y la democracia obrera - fue asesinado en Coyoacán, México, donde residía exilado. La orden de cometer el crimen, se supo años después, fue firmada personalmente por Stalin, en 1931. Después de varios intentos, pudo ser consumada por Ramón Mercader, un agente de la GPU (policía secreta soviética). Mercader hundió el cráneo de Trotsky con una piqueta, el hecho fue la culminación de una persecución implacable.

Trotsky había sido presidente del Soviet de San Petersburgo en la Revolución de 1905 cuando proclamó la jornada de ocho horas, la negativa a pagar los impuestos y había puesto en peligro la existencia misma del Imperio ruso. La revolución fue derrotada y Trotsky encarcelado en diciembre de 1905 y deportado a Siberia. En 1917, regresó a Rusia a las vísperas del estallido de la revolución, encabezó junto a Lenin, la primera revolución obrera triunfante, que derrocó al gobierno burgués de conciliación de clase de Kerensky. A él se debe la fundación y dirección del Ejército Rojo, que consiguió una gran victoria durante la Guerra Civil rusa que sucedió a la revolución. Tras la muerte de Lenin en 1924, fue quien dirigió la lucha contra la burocracia que, de la mano de Stalin, avanzaba sobre el poder.

El combate a la burocracia, a la teoría del socialismo en un solo país y la defensa del internacionalismo

En 1928 Trotsky fue expulsado de la URSS por la burocracia stalinista, que se había apoderado de la dirección del partido bolchevique. Trotsky fue privado de su ciudadanía y tuvo que exilarse primero en Turquía y luego en Francia, Noruega, y finalmente en México. Varios de los más cercanos colaboradores y sus tres hijos fueron asesinados. La persecución alcanzó a todos los opositores y disidentes de la dictadura burocrática soviética. Los dirigentes que habían actuado junto con Lenin y Trotsky en 1917 fueron “purgados” y eliminados en los macabros juicios de Moscú.

La persecución pretendía romper el hilo de continuidad del marxismo y del bolchevismo, y Trotsky representaba ésta continuidad, era la memoria viva de la Revolución de octubre. Además fue quien convocó a los mejores militantes bolcheviques a luchar en contra de la burocratización que Stalin estaba llevando adelante en el partido y en el estado obrero, para eso organizó la Oposición de Izquierda nacional y luego en nivel internacional. Señaló una y otra vez que la oposición de izquierda “no acepta el régimen organizativo creado por la burocracia stalinista como algo definitivo. Por el contrario, su objetivo consiste en arrancar la bandera del bolchevismo de las manos de la burocracia usurpadora y reencauzar la Internacional Comunista hacia los principios de Marx y Lenin”#.

Contra la teoría del “socialismo en un solo país” de Stalin, Trotsky defendió la concepción de la revolución permanente. En su libro La Revolución Permanente de 1928, dijo: “El carácter internacional de la revolución socialista es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto...la revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no se puede contenerse en ellas, del contrario caería más tarde o más temprano.…La revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí mismo sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La edificación socialista sólo se concibe sobre la base de la lucha de clases en el terreno nacional e internacional…En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal”.

La vigencia de su lucha y su legado

Frente a la desastrosa política orientada por Stalin para la clase obrera alemana en 1933, que no aceptaba hacer un frente único de la izquierda para enfrentar a Hitler, lo que llevó a la derrota del proletariado y la ascensión de Hitler al poder, Trotsky se convenció que era imposible recuperar la Tercera Internacional fundada por él y Lenin. La burocracia ya la había transformado en un comité de traición a la lucha obrera mundial. A este período corresponde, su libro, La Revolución Traicionada, que es aun hoy el análisis más profundo y completo que se haya elaborado sobre la degeneración de la Unión Soviética y constituyó un aporte fundamental para la construcción de la Cuarta Internacional y sus partidos.

El combate a la política del “Frente Popular y la defensa de la independencia de clase

Pero también cobra vigencia la pelea incansable de Trotsky en contra de la política del “frente popular” llevada adelante por Stalin bajo el paraguas de la teoría del socialismo en un solo país, que no era otra cosa que la justificación de lo que vendría a ser el eje central de la política stalinista: la coexistencia pacífica, la colaboración con la burguesía y el imperialismo. Trotsky combatió sin descanso la política del Frente Popular. Denunció que significaba el abandono de la lucha por la revolución socialista, porque subordinaba los intereses de los obreros y campesinos a la defensa de la propiedad privada capitalista.

Caracterizo el Frente Popular formado entre el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Radical en Francia en 1936…”como una coalición del proletariado con la burguesía imperialista, representada por el Partido Radical y otras podredumbres de la misma especie de menor envergadura. La coalición se extiende al terreno parlamentario (…) en su forma actual, no es otra cosa que la organización de la colaboración de clases entre los explotadores políticos del proletariado (reformistas y stalinistas) y los explotadores de la pequeño burguesía (radicales)”# . Para Trotsky la participación de partidos obreros en gobiernos burgueses de frente popular era traicionar los principios revolucionarios de la independencia de clase del proletariado enarbolado por Marx y Lenin.

“El trabajo más importante de mi vida”

El 3 de septiembre de 1938, dos años antes de su asesinato, Trotsky junto a sus seguidores fundan la IV Internacional, lo que él va llamar “el trabajo más importante de mi vida”. Y señalaba: “Para expresarme con mayor claridad, diría lo siguiente. Si yo no hubiera estado en Petrogrado en 1917 la revolución de octubre se hubiera producido de todas maneras, con la condición de que Lenin estuviera presente en la dirección (…) Por eso, no puedo decir que mi trabajo fue 'indispensable' ni siquiera en el período entre 1917 y 1921. Pero ahora mi trabajo es 'indispensable', en todos los sentidos (…) No queda nadie sino yo para llevar a cabo la misión de armar a una nueva generación con el método revolucionario, sobre las cabezas de los dirigentes de las internacionales Segunda y Tercera. Y coincido plenamente con Lenin en que el peor de los vicios es tener mas de cincuenta y cinco años! Necesito por lo menos cinco años más de trabajo ininterrumpido para asegurar la sucesión#”.

Trotsky era consciente que toda su lucha contra la burocratización stalinista, en defensa de la independencia de clase, por la democracia obrera, y el internacionalismo, se concretaba en la construcción de la Cuarta Internacional. Aunque pequeña, la Cuarta significaba la continuidad del marxismo y del bolchevismo, era el referente programático y organizativo para toda una generación.

La IV fue la respuesta organizativa a la crisis de dirección revolucionaria, iniciada a partir de la degeneración de la III Internacional. Nació nadando contra la corriente, contra el gran aparato mundial de los Partidos Comunistas controlado por la burocracia stalinista desde la Unión Soviética. Pero eso no hacía más pesimista a Trotsky, al contrario, a pesar de la situación adversa para los trotskistas, mantenía su fe inquebrantable en la clase obrera, miraba más allá, y sabia que la IV era la condición para el triunfo de las futuras luchas del proletariado mundial. Por eso daba mucha importancia a la necesidad de la Cuarta acercarse a las masas. A eso responde el Programa de Transición: “La tarea estratégica del próximo período -período pre-revolucionario de agitación, propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia (confusión y descorazonamiento de la vieja dirección, falta de experiencia de la joven). Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado#”.

Continuar la batalla de Trotsky

Tras el asesinato de Trotsky, la Cuarta Internacional tuvo que enfrentar a enormes desafíos sin aquél que concentraba la mayor experiencia y formación teórica. La Cuarta había sido descabezada y tenía por delante que desarrollarse en medio de la segunda guerra mundial.

Actualmente la Cuarta no existe como una organización, lo que hay son varias corrientes trotskistas que reivindican la Cuarta Internacional. Nosotros del Grupo Lucha Socialista, somos parte de la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT), corriente morenista fundada en 1982 por Nahuel Moreno.

La LIT pone sus fuerzas al servicio de reconstruir la IV Internacional y lo hacemos tomando el Programa de Transición y sus enseñanzas y buscando actualizarlos para nuestros días. Sabemos que somos todavía una corriente modesta, pero con presencia en varios partidos de Europa y América Latina. Estamos completando 30 años en el presente año, y creemos que frente a la crisis mundial del capitalismo más que nunca es necesario continuar la batalla de Lenin y Trotsky por la superación de la crisis de dirección revolucionaria, para la toma del poder por la clase obrera y la construcción del socialismo a nivel internacional. En Bolivia, y en los demás países dónde estamos, creemos que el mejor homenaje que podemos dar a Trotsky, cuando se cumplen 72 años de su asesinato, es retomar sus enseñanzas para reconstruir la IV Internacional.

La vigencia del trotskismo


Escrito por PSTU - Argentina
Miércoles 22 de Agosto de 2012
El 21 de agosto de 1940 moría asesinado en México León Trotsky, dirigente junto a Lenin de la Revolución Rusa de 1917. El día anterior, Ramón Mercader, un agente de Stalin que simulaba ser simpatizante del trotskismo, había descargado a traición un piquetazo sobre su cabeza en su casa del barrio de Coyoacán.

Trotsky había logrado asilo político en México en 1937, 8 años después de su expulsión de la URSS y de que gobiernos de distintos países europeos le negaran la residencia.

Al momento de su asesinato, muchos de los principales dirigentes del partido bolchevique que junto a Lenin, habían dirigido la Revolución de octubre, habían sido exterminados por Stalin luego de los famosos juicios de Moscú, en los que fueron condenados (incluido Trotsky) por falsos crímenes y traiciones en base a monstruosas falsificaciones y forzadas “confesiones”. Culminaba así el proceso de burocratización del primer Estado obrero, que cobró fuerza a la muerte de Lenin, entronizando una casta burocrática contrarrevolucionaria que, amparada en la falsa teoría del “socialismo en un solo país”, luego de cinco décadas terminaría restaurando el capitalismo donde había sido expropiado.

Miles de partidarios de la oposición de Izquierda, que Trotsky encabezó en la URSS, fueron perseguidos, asesinados y encarcelados. La clase obrera china, alemana y española sufrieron crueles derrotas por responsabilidad de los partidos comunistas orientados por la Komintern (Internacional Comunista), copada por el stalinismo. Así como la muerte en la guerra civil de gran parte de la vanguardia obrera revolucionaria y la derrota de la Revolución Alemana permitieron el surgimiento del stalinismo en la URSS, las nuevas derrotas a su vez habían franqueado el paso a Hitler y al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Los partidarios de Trotsky eran apenas un puñado pero éste seguía siendo para Stalin su peor enemigo, y acabar con su vida, su obsesión.

No era el rencor personal la principal razón, sino la fría lógica contrarrevolucionaria. Trotsky encarnaba en sí mismo la experiencia de las tres revoluciones rusas (1905, Febrero y octubre de 1917) y las tradiciones revolucionarias del partido bolchevique. Mientras Trotsky viviera, un nuevo ascenso de masas provocado por las penurias de la nueva guerra, podría encontrar en él y la recién fundada IV Internacional, una alternativa de dirección revolucionaria.

Su obra más importante

Trotsky, dos veces presidente del Soviet de Petrogrado, fundador y organizador del Ejército Rojo, el genial teórico y dirigente del Partido Bolchevique y la Tercera Internacional consideraba, sin embargo, que su tarea más importante había sido la fundación de la Cuarta Internacional. Luego de que la criminal política del stalinismo había permitido el triunfo del nazismo en Alemania, él concluyó que el komintern se había pasado definitivamente al bando de la contrarrevolución.

Era imprescindible fundar una nueva internacional que continuara la pelea por la construcción de una dirección revolucionaria mundial para la clase obrera. La nueva internacional, apenas agrupaba a algunos centenares de cuadros revolucionarios en todo el mundo, pero era fuerte por su dirección, su moral y sus principios revolucionarios y por la teoría y el programa que la cimentaban: la Teoría de la Revolución Permanente y el Programa de Transición. Por eso, pese al golpe cualitativo que significó la pérdida de su principal dirigente, la Cuarta sobrevivió a su fundador. Trotsky tuvo razón, había logrado salvar la continuidad del marxismo revolucionario para las nuevas generaciones.

Un programa para la crisis actual

A fines de los ’80 y comienzos de los ’90 las masas soviéticas y de Europa oriental protagonizaron grandes revoluciones que liquidaron por fi n los regímenes stalinistas, liberando a los trabajadores del mundo de ese siniestro aparato contrarrevolucionario. Fue una colosal victoria que abrió una nueva etapa revolucionaria mundial, en la que a mediados del 2008 estalló la más grande crisis del capitalismo desde el año 1929.


La crisis se profundiza semana a semana y en los países imperialistas los gobiernos organizan gigantescos rescates financieros de billones de dólares para salvar a los bancos y empresas más importantes. Grecia y España están ya en bancarrota, Italia y Portugal le siguen los pasos y toda la Unión Europea se sacude. La receta de los gobiernos para superarla es la vieja y amarga medicina capitalista: salvajes ataques al empleo, el salario, las jubilaciones, las condiciones de trabajo, los presupuestos de salud y educación, un aumento brutal de la explotación. En palabras de Trotsky “la burguesía retoma cada vez con la mano derecha el doble de lo que diera con la izquierda”.

Esto ha detonado una respuesta de los trabajadores y sectores populares como hace décadas no se veía. Millones de obreros han protagonizado combativas huelgas generales en Grecia y España. Centenares de miles salen a las calles en el Estado Español contra el ajuste y dan apoyo de masas a la heroica huelga de los mineros del carbón.

Pero este es también el momento en que el programa de la IV Internacional demuestra su plena vigencia y su validez histórica como la única salida real a favor de los trabajadores a la brutal crisis. Medidas como la escala móvil de salarios de acuerdo a la inflación, el reparto de horas de trabajo con el mismo sueldo para garantizar el empleo, la nacionalización sin indemnización de la banca y las principales empresas con control de sus trabajadores, contenidas en el Programa de Transición, se vuelven imprescindibles para dotar al movimiento obrero y popular de un plan obrero alternativo. Y son, como planteaba Trotsky, el puente por el que puede hoy avanzar con su movilización el movimiento obrero para conquistar su propio gobierno y abrir el camino a una salida socialista.

Por la reconstrucción de la IV Internacional

La Liga Internacional de los Trabajadores (Cuarta Internacional), organización internacional fundada por Nahuel Moreno de la cual hace parte el PSTU, cumplió este año 30 años de existencia. Es heredera de la corriente encabezada por Moreno, que batalló durante décadas al interior de la IV contra el abandono de los principios revolucionarios, que llevaron a la crisis y dispersión del trotskismo. Luego de superar una fuerte crisis debido a la muerte de nuestro principal dirigente, y al “vendaval oportunista” que arrasó a la izquierda en los ‘90, la LIT (CI) ha retomado con fuerza la batalla por la reconstrucción de la IV y el reagrupamiento de los revolucionarios.

Fruto del rearme teórico, programático y político de los últimos años ha logrado instalarse dinámicamente en Europa, uno de los centros actuales del proceso revolucionario mundial, incorporando nuevas secciones como el Partido de Alternativa Comunista de Italia, el Movimiento Alternativa Socialista de Portugal y recientemente Corriente Roja del Estado Español, que está jugando un destacado rol en el enfrentamiento al gobierno de Rajoy, y en el apoyo a la lucha minera y el agrupamiento del sindicalismo alternativo. También se ha extendido a nuevos países en Latinoamérica como Honduras, Colombia, Costa Rica y El Salvador.

A 72 años del asesinato del gran revolucionario ruso, desde el PSTU reivindicamos con orgullo su legado y una vez más hacemos nuestro su viejo grito de guerra: Obreros y obreras de todos los países, agrupaos bajo la bandera de la Cuarta Internacional. ¡Es la bandera de vuestra próxima victoria!

La última frontera: Trotsky en México (1937-1940)

 
Escrito por Fabio Queiróz
Martes 28 de Agosto de 2012
Este artículo comenta la estadía del revolucionario León Trotsky por tierras mexicanas, entre 1937 y 1940, tratando de sacar a la luz, aunque sea brevemente, las principales contribuciones al marxismo, que añadió a lo largo de los años.

Introducción

Hace 75 años, León Trotsky, se exilió en México. Es una oportunidad para que se recuerden sus contribucio nes al marxismo tomando, como parámetro, su paso por América Latina. Ese esfuerzo ya fue objeto de la atención de autores aislados y organizaciones políticas que reivindican su legado, pero siempre existe algo a ser añadido a las mejores contribuciones. Es, con ese espíritu, que nos propusimos escribir el presente artículo.

Lev Davidovitch Bronstein/Trotsky, tal vez sea uno de los últimos titanes del marxismo clásico que falleció. Fue asesinado en Coyoacán, México, el 21 de agosto de 1940. La presente investigación pretende dar cuenta del tránsito del viejo revolucionario ruso por América Latina, tratando de recomponer su contribución en territorio latinoamericano, para el desarrollo de la teoría marxista. Conviene recordar que León Trotsky permaneció, por cerca de tres años y siete meses, en la región, y durante ese período elaboró dos de sus principales trabajos: El Programa de Transición y En defensa del marxismo.

Ese esfuerzo, permanente, presupone retrotraerse a ese período, de casi media década, y se objetivo para responder varias cuestiones, tales como: ¿qué habría añadido Trotsky al bagaje marxista en su estadía por América Latina? ¿Cuáles serían las principales producciones teóricas, por él desarrolladas, en ese intervalo de tiempo? ¿Habría algún nexo entre sus principales conclusiones y el continente americano?

De este modo, este trabajo tiene por objetivo el proceso de elaboración teórica desarrollado por Trotsky en su corta y emblemática permanencia en territorio latinoamericano y sus implicancias para el marxismo revolucionario.

Trotsky en América Latina: marxismo, teoría y programa

Se ha completado un lustro desde que el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones (CEIP) publicó una miscelánea de trabajos del autor, producidos en América Latina. De hecho, la obra “Escritos latinoamericanos” da cuenta de una parte expresiva de la producción intelectual del creador de la teoría de la revolución permanente, en tierras americanas.# En la obra escrita, los organizadores tomaron en cuenta no solamente artículos producidos por Trotsky, sino también cartas y entrevistas que dan cuenta de un cerebro inquieto, que trataba de acompañar y responder a la marea de la lucha de clases.

La primera parte de la obra está constituida de 27 piezas entre artículos, cartas y entrevistas de León Trotsky. En su bagaje se observa el abordaje acerca de los más diversos temas: prensa, sindicato, imperialismo, democracia, nacionalismo, fascismo, stalinismo, México, América Latina, etc. Se destaca -por su enorme actualidad- el artículo “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”. La piedra angular del texto se traduce en una apreciación histórica concreta del sindicato en la época actual, demostrando que lo sujetaba a la máquina del Estado y cuáles las tareas que estaban presentes para que el movimiento sindical pudiese librarse de ese engendro, que tanto seducía a incautos como arribistas.

La parte segunda del libro está compuesta de artículos publicados por Trotsky en la revista CLAVE. De conjunto, son 24 artículos versando, también, bajo asuntos diversos, dentro de ellos: libertad de prensa, nacionalismo, elección, frente popular, stalinismo y personajes bastante dispares, como el sindicalista Toledano, el pintor muralista Diego Rivera y el marxista peruano José Carlos Mariátegui. Sobresale el artículo “Libertad de prensa y la clase obrera”, toda vez que inclinaciones antidemocráticas de líderes políticos latinoamericanas, en lo tocante a ese tema, en general, ayudan a mantenerlo casi corrientemente actual.

Otros tres trabajos se presentan en un anexo, totalizando, en los tres bloques, 54 producciones que revelan a un militante sintonizado con lo que se daba a su regreso y comprometido con la transformación de esa realidad circundante. No está de más, todavía, recordar el bagaje teórico y práctico que cargaba León Trotsky. Una gran guerra y tres revoluciones eran parte de un envidiable inventario. Cuando él plantó sus pies en México, ya vivirá toda esa experiencia.

De otro lado, ya producirá y desarrollará una de sus principales contribuciones teóricas al marxismo: La Teoría de la Revolución Permanente, aunque Marx la hubiese insinuado y ajustada a Parvus, como consecuencia de la revolución de 1905, en Rusia, una primera y sumarísima elaboración de ese postulado teórico. Pero, fue la de Trotsky y no la de otro, a quien le cabe el mérito irrefutable de definir, con claridad, el carácter, la dinámica y las tareas de las revoluciones del siglo XX, a la luz de la teoría de la revolución permanente.

Así, cuando llegó a México, ya Marx había fallecido hace más de medio siglo, Engels había fallecido hacía 42 años y Lenin hace 13 años. Por eso, hablábamos que su asesinato significó, prácticamente, el fin de un ciclo correspondiente a lo que Anderson (1999) tituló: marxismo clásico.

Por muchas razones, Isaac Deutscher lo nombró el profeta prohibido, tomando esa época como referencial, visto que al ser expulsado de la URSS, por decisión de Josef Stalin y, desde fines de los años 20 y mediados del decenio siguiente, Trotsky deambuló por el mundo, transportando en su maleta un pasaporte sin visa. La férrea voluntad de las naciones europeas, en no aceptarlo como exiliado político y la disposición de Lázaro Cárdenas en recibirlo en México, de hecho, lo impulsaron a vivir en territorio mexicano.

Tuvimos la oportunidad de referirnos a su bagaje teórico y, aquí es válido agregar, cuánto eso fue vital en sus estudios acerca de América Latina. Es, en ese contexto, que surge el concepto de bonapartismo sui géneris, aplicado a gobiernos latinoamericanos -como el del propio Cárdenas-, que se ve presionado entre las reivindicaciones populares y las presiones imperialistas. Son gobiernos que, en general, oscilan entre esas líneas de fuerzas y, bajo determinadas condiciones, se ven compelidos a adoptar medidas que los conducen a choques momentáneos con el imperialismo.

El bonapartismo [2] surgió para arbitrar conflictos, que se establecieron sin encontrar una solución por las vías representativas que la burguesía creara históricamente, para dirimir cuestiones que, directa o indirectamente, les decía al respecto. El caso del sobrino de Napoleón, examinado por Marx, en el 18 Brumario, es sintomático de esa tendencia burguesa.

De hecho, queda una pregunta en el aire: ¿cuál es el sentido del concepto ampliado de la expresión “sui géneris”? Para Trotsky (2000), en líneas generales, el régimen bonapartista, de América Latina, encerraba lazos profundos con su congénere clásico, pero tenía una particularidad que lo distinguía de su modelo europeo. Se trataba de un momento en que el Estado también se ubicaba por encima de las querellas de clase y, por esa vía, aseguraba la estabilidad política necesaria para el desarrollo del capitalismo. Aplicaba, sin embargo, una estrategia que lo impulsaba a una situación de relativo antagonismo con los intereses imperialistas. El ejemplo emblemático, estudiado por el viejo revolucionario ruso, y como ya, anteriormente, sugerido, fue el del general Lázaro Cárdenas Del Río que, al frente del Estado mexicano, aplicó una política nacionalista, entrando en un curso de colisión con el imperialismo británico. En las décadas siguientes -en países tan diferentes como Brasil, Argentina y Perú- fueron observados casos muy semejantes de regímenes semidemocráticos, esto es, bonapartistas sui géneris, que se colocando por encima de la lucha de clases, resistían parcialmente a la dominación imperialista.[3]

Ese ejemplo es una demostración de como el viejo revolucionario trató de aplicar creativamente la teoría y el método de Marx. Se trataba de tomar el modelo teórico de forma maleable y no como un saber irresponsablemente talmúdico. O sea: el carácter típico de un fenómeno es típico solamente en relación a una determinada realidad. En consecuencia, se debería admitir que Trotsky tratase el develado de la particularidad de la línea de evolución del bonapartismo, un fenómeno que dejó de ser únicamente europeo, pero que al transbordar sus fronteras, adoptó las formas típicas que decían respecto a la realidad de otras regiones del planeta. En ese sentido, es suficientemente plausible la fórmula del bonapartismo sui géneris en el que concierne a América Latina.

Los beneficios particulares de ese análisis es que esta responde a la concreción de una realidad dada, y eso es lo que llevó a Trotsky, de modo intencional, convertir la teoría en más operativa, aplicándola sin dejar de considerar la especificidad de América Latina, de su cultura y de sus instituciones.

En esa dirección, con conocimiento de causa, el viejo Trotsky utiliza parte de los artículos y cartas para discurrir sobre temas tan ligados, como el papel de la burguesía latinoamericana, sus relaciones con el imperialismo y su postura ante la posibilidad de la acción revolucionaria. Esas reflexiones, de modo vehemente o de forma más mediada, encierran cierto grado de utilidad en relación a Brasil, lo que trataremos de demostrar a partir de ahora [4].

En términos categóricos, la burguesía latinoamericana y la brasileña, en particular, se establece social, política y económicamente asociada a los capitalistas de los países de economía central, ya con ésta debidamente asentada en una ortodoxia petrificada: la de la reacción en todos los planos. Antes, hechos y frases dialogaban, aunque de modo quebradizo; ahora, se toman las frases por hechos. En suma, la burguesía de las economías dependientes -apretada entre el imperialismo y el proletariado- prefiere aliarse con el latifundio, internamente y, a pesar de una u otra escaramuza con el opresor externo, celebra con él una asociación de la cual resulta un nexo histórico insidioso. Así, la burguesía aborigen se deja resignar a los límites impuestos por el orden imperialista vigente. Se contenta con la función subalterna que cumple. Explícitamente, no gobierna, se deja gobernar. Se complace en ser parte de una orquestra sin ambicionar el lugar de solista o director.

Ha de argumentarse, con justeza, que existieron algunos momentos de radicalidad en el terreno de las contiendas de las burguesías locales con el imperialismo, conforme ilustra el caso mexicano de las primeras décadas del último siglo. Sucede que los burgueses mexicanos no sólo no condujeron la revolución democrático-burguesa hasta las últimas consecuencias, como la hicieron retroceder hasta el límite de forjar, como su mayor legado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuyo ADN encerraba una naturaleza institucional relativa, combinada con la ausencia absoluta de cromosomas revolucionarios. En realidad, fueron remantes del PRI que patrocinaron, por el lado de México, la adhesión de este país a la jaula de hierro del Área de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Otros casos, como el del peronismo o del varguismo, patinaron, se vinieron ladera abajo y restringieron su asiduidad a los etéreos manuales de historia sobre las tragedias latinoamericanas.

De las formulaciones clásicas del marxismo, acerca del problema, las contribuciones de Trotsky contienen un vigor fácilmente explicable: el período en que él estuvo en México y pudo examinar, en el lugar, las debilidades de un proyecto revolucionario independiente de la burguesía regional. Examinando las cuestiones a partir de una ubicación privilegiada, una vez que México era escenario de un proceso en el que la burguesía nativa conjugaba acuerdos generales con tensiones nada insignificantes, en relación al imperialismo, el viejo revolucionario ruso, embebido da vivencias, consiguió percibir, con mayor precisión, las desconcertantes paradojas de la burguesía latinoamericana. Para él, "los burgueses aborígenes, por (su) debilidad general y su atrasada aparición, les impide alcanzar un más alto nivel de desarrollo que el de servir a un señor imperialista contra otro. No pueden lanzar una lucha seria contra toda conminación imperialista y por una auténtica independencia nacional, por temor a desencadenar un movimiento de masas, de los trabajadores del país que, por su parte, amenazaría su propia existencia social" (Trotsky, 2000, p. 93) [5].

Podemos constatar que la burguesía nativa, por el temor de levantar internamente a las masas trabajadoras, no se lanza, de forma consecuente, a una lucha contra la dominación imperialista. Hacer frente a la situación adversa externa podría ir a producir, internamente, circunstancias concretas que escaparían de su control. Luchar contra el yugo del imperialismo es una tarea nacional y democrática que, por las razones enumeradas por Trotsky, la burguesía latinoamericana no demuestra capacidad de tomar en sus manos. ¿Podemos, entonces, referirnos, en los tiempos actuales, a una hipotética revolución burguesa, sin que no se cumpla esa tarea?

Además, la burguesía de la periferia de América no se achica a una feroz competencia contra el proletariado y el campesinado pobre, aliándose, en su sentido más profundo, a la escoria de los propietarios de la tierra: los latifundistas. En ese camino, el horizonte de la revolución burguesa, más que nebulosa, se proyecta a un horizonte gangrenado. La burguesía autóctona se muestra incapaz, en el plano externo, de conducir a la nación contra la sujeción al imperialismo e, internamente, expone a la vista su incapacidad de llevar a cabo otra tarea democrática esencial: la extinción del monopolio de la tierra. En un cierto nivel, el ajuste con los minúsculos grupos de hacendados devela la escasez de disposición para convertir en real lo que es necesario y testimonia la ausencia de compromiso con el usufructo democrático del suelo. En síntesis: los procesos locales no se revelan como revolución pero, con demasiada condescendencia, sí el drama histórico protagonizado por una clase impotente y, de esa manera, se manifiesta en la forma de un deplorable simulacro.


Con un panorama como ese, el remate de Trotsky es perentorio: la burguesía nativa “es impotente desde el nacimiento y orgánicamente ligada por un cordón umbilical a la propiedad agraria y al campo imperialista” y, de ese modo, “incapaz de resolver las tareas históricas de su revolución" (2000, pp.273/274) [6]. Partiendo del análisis de los burgueses mexicanos, no es extraño, por lo tanto, que concluya, acerca de las burguesías latinoamericanas:

“Nacidas tardíamente, confrontadas a una penetración imperialista, y al atraso del país, no pueden resolver, con éxito, las tareas que sus equivalentes, en los países avanzados realizaron hace mucho tiempo (ídem, p. 275) [7].

Siendo así, en la perspectiva marxista hay una nítida imposibilidad de hablar de una revolución burguesa tardía en países como Brasil. Esa es una contribución preciosa, nacida de la pluma de Trotsky y que carece de ser debidamente reconocida. Es menester citar su reflexión acerca de ese temario porque, en la época, prevalecía un punto de vista diametralmente opuesto y éste, con efecto, estuvo consignado en las políticas de los partidos comunistas regionales y en sus desenfrenadas búsquedas por el eslabón perdido, de una burguesía a la que cabría cumplir un papel progresista en el patíbulo de la historia latinoamericana. Para León Trotsky, la etapa de las revoluciones burguesas y, por consiguiente, de la acción progresiva de la burguesía, en general, ya estaría definitivamente vencida y sepultada. Realzando la teoría de la revolución permanente, el viejo revolucionario entendía que el papel de llevar a cabo las tareas de la revolución burguesa -indefinidamente pospuesta y relegada a las calendas griegas por los propios burgueses latinoamericanos organizados en clase cabría, únicamente, al proletariado, liderando a las naciones oprimidas. Sus últimos textos solamente reforzarán las convicciones. Por su parte, las tragedias históricas y políticas resultantes de las políticas de los PCs latinoamericanos, apenas corroboraron la justeza de las tesis trotskistas. E esos términos, el golpe militar de 1964, en Brasil, es un ejemplo emblemático de como la fé en la consecuencia democrática de una pretensión burguesía progresista tiende a producir verdaderas catástrofes históricas.

Además de la carpintería técnica de los textos (en general, de irrefutable calidad), se verifica una permanente contribución del autor en relación a cuestiones teóricas, además de un análisis crítico del flujo de los acontecimientos de los últimos años de la década del 30. Por lo tanto, no se trata de una mirada melancólica al pasado, sino de un compromiso con su tiempo, aunque presionado por un deseo y una necesidad intensa de actualización y reafirmación teórica del marxismo. Por los motivos indicados, se deduce que su paso por México no se resume a una concha vacía. Hay generosas contribuciones a la teoría marxista y a la comprensión de su tiempo. Sin negarse al examen pormenorizado de los principales fenómenos históricos del período, en particular el nazifascismo, León Trotsky puso para sí la meta particularmente importante, de un fino entendimiento acerca de las cuestiones más candentes de América Latina. Las indicaciones anteriores van, particularmente, en esa dirección.

Incluso, cuando el epicentro no era América, esta, de alguna manera, se hacía presente. Desde el punto de vista de los principios más generales, en su trabajo En defensa del Marxismo, se nota un deseo irreprimible de salvaguardar el arsenal teórico marxista contra el empirismo y las presiones pequeño-burguesas y academicistas que, entonces, contaminaban las discusiones al interior de la principal sección de la IV Internacional en las Américas: el Socialist Workers Party (SWP) de EE.UU. La defensa del marxismo significó la defensa de la URSS (en la época, un Estado obrero) frente a la retórica ideológica del imperialismo e, incluso, del método dialéctico contra los modismos que lo criticaban como pura mistificación. Entonces, aunque León Trotsky se orientase por una mirada más estrecha, de cierto modo, el continente que lo alojara no se ausentaba completamente de su radio de reflexión, porque el leitmotiv de su intervención teórica estaba localizado en una de las secciones partidarias del continente. Este raciocinio también nos muestra que la construcción de los partidos de la IV Internacional, en América, no se desvinculaba de los temas que, entonces, dividían aguas en la izquierda mundial: la ofensiva nazifascista y la defensa de la URSS y del marxismo.

El libro En defensa del Marxismo fue publicado en Brasil, por primera vez, por Propuesta Editorial, probablemente a comienzos de los años 1980. Esa primera edición de la obra circuló en las librerías de buena parte del país, desde inicios a mediados de la década antes citada, y sin fecha de publicación. Sus temas centrales -marxismo, dialéctica, lucha de clases, revolución, composición social del partido revolucionario, centralismo democrático, nazismo, guerra y, principalmente, la defensa de la URSS-, demuestran que León Trotsky, aunque rodeado por la atmósfera de América, jamás perdió el hilo general, relacionando dialécticamente las vicisitudes inmediatas de una temporada forzada (exilio) a las cuestiones más vastas de la teoría y de la política.

Los materiales que conforman la obra En defensa del Marxismo fueron elaborados entre los años 1939 y 1940, alcanzando hasta, prácticamente, los días que precedieron al asesinato de Trotsky. De conjunto, hay cerca de una docena de artículos (unos largos y otros bastante breves) y una infinidad de cartas no sólo intercambiadas con James Cannon, dirigente del SWP, sino con todo un grupo de oposición que se forjó en la sección norteamericana de la IV Internacional, a saber: Max Shachtman, Martin Abern y James Burnham. Las misivas son once, de conjunto, y en ellas se tratan los asuntos más diversos, que van desde la guerra a las disputas fraccionales en el seno del Socialist Workers Party. En el meollo del alboroto, sin duda, estaban discusiones alrededor de la naturaleza de la URSS y si esa, por lo tanto, debería ser o no defendida frente a la ofensiva ideológica y militar del imperialismo. La oposición, caracterizada como pequeño-burguesa por el viejo revolucionario, rompe con el SWP y sus cardenales van girando cada vez más a la derecha, hasta integrarse al status quo de la filosofía pragmática y de la política conservadora norteamericana.

Los embates que se dieron alrededor de las cuestiones ya señaladas y revelan uno de los rasgos de la psicología y de la actividad política de Trotsky: el brío polemista. Concomitantemente, el viejo revolucionario no economiza energía en la defensa de los principios, tradiciones y métodos marxistas. En esa dirección, aportará -en lo tocante a esa preocupación- con un texto clásico del trotskismo: el llamado Programa de Transición, cuyo subtítulo es “La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”.

El Programa de Transición fue aprobado en una conferencia clandestina, en el suburbio de París (Périgny); conferencia que dio origen al Partido Mundial de la Revolución Socialista -IV Internacional (setiembre de 1938). Cuando esto sucedió, Trotsky estaba en América Latina y desde allá remite la propuesta programática que será aprobada por los delegados conferencistas. Repasando las pisadas de Marx, él ofrece un horizonte programático que tiene, como sus principales antecedentes, el Manifiesto Comunista y las resoluciones de los cuatro primeros congresos de la III Internacional, acaecidos con Lenin aún vivo. Se trataba de salvar el legado marxista cuando el mundo caminaba hacia una nueva catástrofe belicista. En palabras de Josef Weil, "era la sistematización teórica, programática y, también, un método para la época imperialista, cuando no era ya posible trabajar como hacía la socialdemocracia, con un programa mínimo de reformas parciales, dejando para un futuro remoto la cuestión del socialismo y el derrumbe del capitalismo. Era necesaria una plataforma de transición entre las luchas mínimas y democráticas y la cuestión del poder" (Weil, 2004, p. 6).

Esta plataforma-programa está compuesta de 20 puntos, cuyo proyecto inicial Trotsky presentó –probablemente, tres meses antes de su aprobación en la Conferencia de Périgny- en territorio americano. Ese episodio se tradujo en una discusión con dirigentes del Socialist Worker Party (SWP), que se convertiría en una de las principales secciones de la IV Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista.

Hay, por consiguiente, un encadenamiento entre su presencia en el continente americano y el germen del principal documento político-programático del trotskismo como corriente internacional: El Programa de Transición. En ese sentido, no estaría en el rol de las cosas inexistentes suponer que la elaboración del mencionado texto programático deba haberse dado en territorio mexicano, aunque la discusión clave, con sus partidarios, haya ocurrido en el seno de la futura sección norteamericana.

Desde Coyoacán (México), el 7 de junio de 1938, él escribió: “completar el programa y ponerlo en práctica”, dando a entender que la plataforma programática estaba lista, pero aún permanecía abierta a las contribuciones. No la daba, por lo tanto, como algo acabado. Se trataba, en última instancia, de un proyecto de programa. Muchos dirigentes del SWP expresaron dudas y divergencias, con las cuales León Trotsky no se rehusó a debatir. Al final de las discusiones, el agrupamiento norteamericano aprobó el proyecto de programa, que sería, posteriormente, adoptado como pieza programática en la conferencia internacional realizada en Francia, sin la presencia de su principal formulador.

El Programa de Transición, en su parte I, comienza examinando “las premisas objetivas de la revolución socialista” y toca, en sus partes intermediarias y finales –de la novena a la décima parte-, temas variados como: la especificidad programática en la época actual, salarios/jornada de trabajo, los sindicatos, los comités de fábrica, control obrero, expropiación de ciertos grupos capitalistas, estatización de los bancos, piquetes, alianza obrero-campesina, imperialismo (y guerra), gobierno obrero-campesino, los sóviets, los países atrasados y fascistas, el oportunismo y el sectarismo, la juventud, las mujeres y la IV Internacional.

Políticamente, la clave de El programa de transición es la superación de las nociones de programa mínimo y programa máximo, como etapas estancas. Surge la idea de un programa transicional, cuya definición, por Trotsky, es suficientemente clara:

La IV Internacional no rechaza las reivindicaciones del viejo programa mínimo, en la medida que ellas conservan alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales. Pero, conduce este trabajo diario al marco de una perspectiva correcta, real, o sea, revolucionaria. En la medida en que las viejas reivindicaciones parciales mínimas, de las masas, chocan con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente –y esto ocurre a cada paso-, la IV Internacional avanza un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es dirigirse, cada vez más abierta y resolutivamente, contra las propias bases del régimen burgués. El viejo programa mínimo es constantemente traspasado por el programa de transición, cuya tarea consiste en una movilización sistemática de las masas en dirección a la revolución proletaria (Trotsky, 2004, p.14-15).

Efectivamente, se supera la pared que se colocaba entre las luchas cotidianas de las masas y la conquista del poder político por el proletariado. En el lugar de la pared, se extiende un puente. Ese puente sería El Programa de Transición. Ese enfoque supera la tradición socialdemócrata en que el programa se realizaría en pedazos, o sea, de a poquito. El Programa de Transición sería la plataforma política del proletariado en la época del imperialismo. En ese sentido, no estaríamos atribuyendo falsamente a León Trotsky una actualización a la tradición revolucionaria marxista. Se trata, de hecho, de una contribución decisiva al marxismo.

Ese, tal vez, sea el último documento fundamental redactado por el primer dirigente del Ejército Rojo. En los pocos años que aún le restaron de vida, él no sucumbió a la aspereza de un tiempo basado en moldes diferentes de aquellos que permitieron que él se ubicase en la línea del frente de la victoriosa revolución de octubre de 1917. Ese nuevo tiempo -manchado de aspereza y totalmente encrespado- no se hizo sin obstáculos a su producción teórica. Los textos que compusieran el clásico En defensa del Marxismo, son una demostración cabal de determinación y una cosa bien imposible de curvarse a la lógica de un período impoluto, en que ni sus principales verdugos -nazifascismo y stalinismo- conseguirán silenciarlo.

A despecho de esa resistencia, traducida en cientos de textos de los más variados, los acontecimientos hacían a la balanza oscilar, cada vez más, a la inversa de los deseos y esfuerzos de Trotsky. La dinámica no era congruente con sus planes, sino discordante, contrastaba con su espíritu más profundo. La tapicería que se tejía era de una estética trágica. Conforme a la II Guerra Mundial, se profundizaba el aislamiento del viejo revolucionario, sufriendo un proceso de alargue. Más que nunca, siguiendo en la contracorriente, es asesinado en agosto de 1940, en Coyoacán, con un piolet, en las manos de un agente de la GPU (Jaime Ramón Mercader) -al mando de Joseph Stalin. Finalmente, el viejo era silenciado. el marxismo revolucionario recibiría, así, un golpe decisivo. Momentáneamente, triunfaría el stalinismo -vulgaridad teórica, programática y metodológica del marxismo.

Consideraciones finales

La derrota de la revolución socialista en Europa, la consolidación del stalinismo en la ex URSS y la expansión del nazifascismo, llevaron a una inflexión entorno del marxismo. La creencia en la tendencia revolucionaria del proletariado y en la posibilidad de éxito de la estrategia socialista, fue sustituida por un escepticismo político y por un descenso culturalista que dieron origen a lo que Anderson (2009) llamó marxismo occidental. Trotsky era, casi, la última frontera entre las inclinaciones revolucionarias de la teoría marxista y los nuevos tiempos: tiempos de reveses.

En el momento en que el programa y la estrategia del marxismo revolucionario eran abandonados, León Trotsky insistía en su oportunidad y, al mismo tiempo, procuraba enriquecerlo y actualizarlo.

Era imposible tomar al marxismo como un dogma resecado. Esa fue la postura adoptada por Lev Davidovich Bronstein. Los fenómenos del stalinismo y de la burocratización del Estado Soviético, de un lado, y el ascenso del nazifascismo, del otro, exigían estudio, investigación y actualización teórico-programática. Ese trabajo comenzó a ser efectuado en Europa, pero siguió y se desarrolló en los casi cuatro años en que Trotsky se quedó en tierras mexicanas.

Los libros El Programa de Transición y En defensa del Marxismo son las pruebas contundentes de ese esfuerzo de actualización teórico-programática. Ese proceso, sin embargo, no se hizo separado de la energía desplegada, con vistas a dotar, a los marxistas revolucionarios, de una salida político-organizativa ante la caída de la III Internacional, primero stalinizada y, después, simplemente destruida. El Programa de Transición era la plataforma para la creación de una alternativa frente al nuevo cuadro histórico que, entonces, se conformara: la IV Internacional. Esta surgió con su inspirador viviendo en América Latina, aunque la mayoría de sus representaciones estuviese en Europa.

En lo que atañe a los nuevos desafíos y dificultades, Trotsky no optó por el escepticismo epistemológico o político, mucho menos por las variantes típicas del marxismo occidental; fue osado en tiempos difíciles y ni su asesinato se mostró capaz de apagar sus contribuciones teóricas, cimentadas en Marx, Engels y Lenin, pero sin ignorar los problemas de un nuevo escenario discordante con la etapa anterior de la lucha de clases. Ese escenario requerí, a veces, no sólo referenciarse en el arsenal teórico existente y consagrado, sino renovándolo a la luz de los nuevos fenómenos. Esa fue la actitud del principal inspirador de la IV Internacional.

En la introducción a este trabajo, hicimos tres preguntas: ¿qué habría añadido Trotsky al bagaje marxista en su estadía por América Latina? ¿Cuáles serían las principales producciones teóricas, por él desarrolladas, en ese intervalo de tiempo? ¿Habría algún nexo entre sus principales conclusiones y el continente americano?

Afirmamos que es posible responderlas casi sumariamente y, al mismo tiempo, tejer nuestras consideraciones finales. En tierras americanas, el principal legado de León Trotsky al marxismo fue, probablemente, la elaboración de El Programa de Transición -una plataforma y un método para la acción del proletariado, en una etapa divergente e impertinentemente contrarrevolucionaria. La teoría y el programa, en la óptica marxista, no constituyen elementos que no conozcan modificaciones. La realidad es más rica y siempre exige una correspondiente actualización. Pero, hay una equivalencia mutua entre preservar y renovar. Trotsky procede a esa renovación teórico-programática -Programa de Transición- preservando los principios fundamentales de la teoría-programa marxista, posicionamiento también admitido y adoptado en la obra En defensa del Marxismo. Simultáneamente, ese ejercicio de modificación teórica sin alejarse de la ruta marcada por el marxismo clásico, encuentra otro ejemplo arquetípico en el uso creativo del concepto de bonapartismo, en el estudio de la realidad latinoamericana.

Esos ejemplos, que revelan su contribución al marxismo, son casi simétricos a sus principales producciones teóricas: El Programa de Transición (cuyo esbozo Trotsky escribió en abril de 1938) y En Defensa del Marxismo (cuyo texto base, “Una oposición pequeño-burguesa en el SWP”, fue reditado a fines de 1939). En ese interín, así, él escribió sobre diversos asuntos, dentro de los cuales está las relaciones entre Stalin-Hitler, burocracia soviética y situación mundial cargadamente belicista (El Kremlin y la política mundial, El pacto germano-soviético, etc.); los acontecimientos ligados a la guerra civil española (La lección de España y Clase, partido, dirección -¿por qué fue derrotado el proletariado español [8]); no se escapó, también, de reditar un artículo cuyo centro era los 90 años de la publicación del Manifiesto Comunista (aquí, la dialéctica actualidad-actualización asume una visibilidad palpable) y otro, en sociedad con el surrealista André Breton, celebrando la libertad artística como principio indeleble. El texto -titulado Manifiesto por un arte revolucionario independiente- mantienen, pasados más de 70 años, una sorprendente actualidad.

Todos esos trabajos, parodiando a James Cannon, son piezas extraordinarias de la literatura bolchevique y, episódicamente, tuvieron sus destinos cruzados con las Américas. No se debe olvidar que, en un primer momento, Trotsky solicitó exilio en los EE.UU., siendo negada la visa por Franklin Delano Roosevelt, por dos veces. El destierro en México, de hecho, era el “plan B”. En ese sentido, ni Estados Unidos, ni México y ni América Latina de conjunto, estuvieron separados de sus esfuerzos de elaboración. La situación económica de los EE.UU., el gobierno de Roosevelt, las relaciones entre el programa revolucionario y la mayor potencia capitalista; las nacionalizaciones mexicanas, sus significados y sus límites; el movimiento sindical latinoamericano, en el contexto del sindicalismo mundial (recordemos siempre su texto clásico “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista", escrito en agosto de 1940, en vísperas de su asesinato); los límites de la democracia, en el continente, y el futuro de América Latina; todos esos temas están en el núcleo de sus textos producidos en el período. Por eso, circunstancialmente, debajo de la mirada de Trotsky, los destinos del mundo, en general, y particularmente, del continente americano, se encontraban en íntima conexión. Teniendo a la vista ese caso, sus escritos, casi que inapelablemente, tienen que ver con esa parte del mundo, que le dio su último abrigo, en un planeta (dominado por el capital) que, al unísono, le negara una simple visa.

El día 22 de agosto, su cuerpo era cremado después de haber sido acompañado por más de 200 mil personas. Además de las cenizas, quedaron los papeles escritos, ilustrando una de las más fecundas contribuciones al legado marxista.

Notas
[1] Efectivamente, los textos que componen esa compilación, fueron publicados anteriormente en León Trotsky -escritos, de Editorial Pluma, correspondiendo a una colección de textos que, aunque muchísimo más amplia, también abarcaba al paso del revolucionario ucraniano por América Latina, a través de su obra.

[2] El bonapartismo tiene una particularidad que parece contrariar la teoría marxista de las clases, toda vez que la correspondencia entre la dominación de clases y el Estado, parece prescindir del más diminuto sentido. En el fondo, se trata de una modalidad política propia de momentos de crisis, cuando la no resolución se instaura por el medio, entre las diversas facciones de las clases dominantes. Por eso, es un régimen político de excepción. No niega al capitalismo, sino que lo defiende por métodos menos convencionales, prescindiendo, por ejemplo, de las sutilezas y elasticidad del régimen democrático-burgués. En el caso específico de América Latina, el bonapartismo sui géneris se presenta, en gran medida, asociado a un régimen político semidemocrático.

[3] El concepto de bonapartismo, aplicado a la realidad latinoamericana -aquí suscitado de modo francamente breve-, es una reinstalación de una discusión que llevé a cabo en mí Tesis de Doctorado, tomando por faro los estudios acerca de los regímenes militares que barrieron América del Sur y América Central, al unísono entre los años 1960 y 1980. Aquí, en gran medida, manteniendo mis conclusiones fundamentales, aunque sin desarrollarlas.

[4] En los próximos seis parágrafos nos apoyaremos en un estudio que hicimos acerca del concepto de revolución, con Caio Prado Júnior y Florestan Fernandes, y cuyos resultados fueron presentados en un artículo publicado por la revista Octubre.

[5] Esa cita fue, directamente, por mí traducida de una pasaje de la miscelánea de textos de Trotsky “Escritos latinoamericanos”, leída directamente del español.

[6] Ídem.

[7] Procedimiento similar a los dos ítems 5 y 6.

[8] Ese texto clásico de Trotsky, en general, se publica en América Latina en medio de la obra Bolchevismo y stalinismo (ver Bibliografía).

REFERENCIAS

ANDERSON, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental. Sao Paulo: Brasiliense, 1999.

TROTSKY, León. Bolchevismo y estalinismo – clase, partido y dirección / a propósito del frente único, Buenos Aires, Argentina: Yunque Editora, 1975.

En defensa del marxismo, Brasil: Propuesta Editorial, S/D.

Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, Argentina: CEIP, 2000.

Programa de transición, Sao Paulo: Instituto José Luis y Rosa Sundermann, 2004.

WEIL, Josef. Prólogo. En: Programa de transición. Sao Paulo: Instituto José Luis y Rosa Sundermann, 2004.

Fábio Queiróz es profesor de la Universidad Regional de Cariri – URCA.

Traducción Laura Sánchez