jueves, 30 de agosto de 2012

El verdadero rostro de Sudáfrica



      
Escrito por Secretariado Internacional LIT-CI
Miércoles 29 de Agosto de 2012
Gobierno reprime huelga salvajemente y asesina 34 mineros
El 17 de agosto pasado, la policía sudafricana reprimió salvajemente una manifestación de 3.000 trabajadores en huelga de la mina Marikana (a 100 km de Johannesburgo), asesinando 34 obreros e hiriendo a otros 78. Lo sucedido recuerda los peores hechos represivos de la época del apartheid y lleva a preguntarse: ¿qué cambió en Sudáfrica desde el fin de este siniestro régimen político, en 1994?
Los hechos de Marikana fueron comparados, con justicia, con la masacre de Sharperille, un suburbio de Johannesburgo, en 1960, y con la tristemente célebre masacre de Soweto, otro suburbio de esa ciudad, en 1976. Son una muestra de que la profunda desigualdad social entre la minoría blanca (menos del 10%) y la inmensa mayoría negra (80%), de hecho una clara divisoria de clases, no se terminó con el apartheid ni tampoco se cambió la estructura económico-social que está en la base de esa profunda desigualdad.

Lo que sí cambió es el hecho de que ahora son un régimen y gobiernos controlados por un pequeño sector de la población negra, una nueva burguesía que pasó a defender el estado capitalista. Por eso, ya no le interesa cuestionar la explotación e incluso acepta que la burguesía blanca haya continuado con sus inmensas riquezas y mantenga sus privilegios, imponiendo una explotación salvaje a la clase trabajadora cuya inmensa mayoría es negra. Por eso, para entender las contradicciones que estallaron en Marikana, es necesario repasar brevemente algunos elementos de la historia sudafricana que llevan a la situación actual.

El apartheid

Sudáfrica tiene casi 50 millones de habitantes y es el país más desarrollado e industrializado del continente africano. El eje de su economía es la actividad minera, especialmente la extracción de oro, diamantes y platino (es el principal productor mundial de este metal). Actualmente, hay cerca de 500.000 trabajadores mineros, en su absoluta mayoría negros ya que, por las condiciones laborales y salariales, los blancos no quieren trabajar en esta industria.

El país sufrió dos colonizaciones blancas: una de origen inglés y otra holandesa, que dio origen a los llamados “afrikáner”. Los afrikáner fueron ganando predominio y, a partir de 1910, comenzaron a construir el régimen del apartheid en el que los negros no tenían voto ni ningún derecho político. Este sistema fue completado en 1948.

Como parte de este sistema, se formaron verdaderas aberraciones jurídicas, los bantustanes (como Lesotho), supuestas repúblicas negras “independientes” de las que sus habitantes sólo podían salir con permisos especiales, incluso para ir a trabajar diariamente. Si transgredían estos permisos eran duramente reprimidos.

Los niveles de explotación de la población negra eran cercanos a la esclavitud: esta población vivía en gigantescas favelas o villas miserias, de las cuales la más famosa fue la de Soweto, con casi un millón de habitantes hacinados en las peores condiciones, casi sin ningún servicio básico garantizado.

Fue sobre esta base de superexplotación y de un inmenso aparato represivo estatal que la burguesía blanca sudafricana, asociada a capitales ingleses y holandeses, construyó su poderío y su riqueza.


El fin del apartheid

La población negra luchó duramente contra esta situación y por sus derechos políticos. Periódicamente, se producían explosiones que eran respondidas con una salvaje represión y masacres, algunas de las cuales hemos citado.

Como parte de la lucha contra el apartheid, se funda el Congreso Nacional Africano que, a partir de la década de 1950, comienza a tener un crecimiento cada vez más acelerado hasta transformarse en la expresión política y la dirección de la mayoría de la población negra. Su dirigente más conocido y de mayor prestigio popular e internacional fue Nelson Mandela, quien estuvo preso entre 1962 y 1990.

La lucha del pueblo negro contra el régimen apartheid iba creciendo y radicalizándose cada vez más. También su aislamiento internacional. Su caída parecía inevitable y existía la posibilidad de que esta lucha barriese al régimen por una vía revolucionaria y avanzase también en el camino de una revolución socialista del pueblo negro que también destruyese las bases capitalistas de la dominación blanca.

Estaba planteada la posibilidad que las masas en su lucha revolucionaria expropiasen la burguesía blanca, lo que sería en realidad la expropiación de casi toda la burguesía sudafricana.

Ante esa situación y para frenar y controlar el proceso revolucionario, una mayoría de la burguesía blanca sudafricana elaboraron un plan de una transición que “desmontase” el apartheid de modo ordenado y, a la vez, garantizase su dominio económico, a través del mantenimiento de la propiedad de las empresas y bancos. Las potencias imperialistas apoyaron a fondo este plan, uno de cuyos operadores fue el obispo negro Desmond Tutu, en su momento ganador del Premio Nobel de la Paz por este servicio.

Se dio forma a un pacto en el que a cambio de eliminar el apartheid se mantendría el sistema capitalista y la dominación económica burguesa. Así la burguesía blanca, se alejaría del control directo del estado y aceptaría la asunción del CNA para mantener su dominación de clase. Contaron para ello, con la colaboración de Nelson Mandela (liberado en 1990) y del Congreso Nacional Africano, que pasaron a frenar la lucha del pueblo negro y participaron de las negociaciones y de la transición hasta 1994, cuando Mandela fue elegido presidente.

La realidad actual


El fin del apartheid fue un gran triunfo del pueblo negro sudafricano que, al eliminarse el apartheid, obtuvo libertades, derechos políticos y un sistema electoral basado en “una persona-un voto”. Se acabaron los bantustanes y, por primera vez en la historia del país, eligió un presidente de su raza.
Pero la estructura económica del país no fue tocada en lo absoluto y siguió dominada por la burguesía blanca que, ahora, contaba con la ventaja de tener un régimen y gobiernos negros para defender sus intereses. Al mismo tiempo la nueva burguesía negra se aprovechó del acceso del CNA al poder político para acumular una fuerza económica y pasar a ser parte de la clase dominante en Sudáfrica.

Al mantenerse esa estructura económica, la desocupación nacional es del 25%, pero en los trabajadores negros llega al 40%. Un 25% de la población vive con menos de 1,25 dólares diarios, considerado mundialmente el piso de la miseria y el hambre.

A casi 20 años del fin del apartheid, la burguesía blanca detenta grandes privilegios y riquezas mientras la inmensa mayoría del pueblo negro sigue viviendo en la pobreza y la miseria. Pero ahora esa burguesía blanca tiene como socia la burguesía negra que se formó en las últimas décadas. Esa desigualdad explosiva es la base de un gran crecimiento de la violencia social: hay 50.000 asesinatos por año (proporcionalmente, 10 veces más que en EEUU).

El CNA y el gobierno de Jacob Zuma

Al asumir el manejo del régimen y de los gobiernos post apartheid, en 1994, Mandela y el CNA cambiaron su carácter. Hasta ese momento, si bien con las profundas limitaciones de sus concepciones nacionalistas burguesas, habían sido la expresión de la lucha del pueblo sudafricano contra el apartheid. A partir de allí, se transformaron en los administradores del estado burgués sudafricano. A partir de esa opción, hicieron una nueva alianza con los antiguos enemigos afrikáners. Por esa alianza, a cambio de los servicios prestados, los principales cuadros y dirigentes del CNA se transformaron en una burguesía negra, socia menor de la blanca, que lucra con los negocios y negociados del Estado. Por ejemplo, el actual presidente Jacob Zuma fue acusado de corrupción, en 2005, cuando era vicepresidente, por recibir una alta comisión en la compra de armamentos en el exterior. “Viven en las mismas casas y en los mismos barrios que los blancos”, se indignan los trabajadores negros al ver el enriquecimiento de estos dirigentes,

Mandela abandonó la política activa en 1999. Lo sucedieron diversos presidentes del CNA, y las sucesivas elecciones ya comenzaron a evidenciar procesos de crisis y desgaste de esta organización. Jacob Zuma fue electo en 2009 y, en el exterior, se lo consideraba representante de un sector más a la “izquierda” y opositor a su antecesor Thabo Mbeki, que aplicó una política neoliberal y de favorecimiento al ingreso de capitales imperialistas. Algunas medidas tomadas en el campo de la salud y del empleo público (numerosos cargos reservados sólo para negros) parecían justificar esta definición.

Pero la realidad es que él representa una continuidad de la línea neoliberal y a favor de la burguesía sudafricana blanca y negra y la imperialista adoptada por el CNA. Por ejemplo, la mayoría de los sudafricanos piden la nacionalización de la minería, en gran medida en manos extranjeras (la empresa Lonmin, propietaria de la mina Marikana tiene su sede en Londres). El propio dirigente juvenil del CNA Julius Malema defendió la nacionalización pero Zuma se opuso terminantemente y destituyó a Malema de su cargo en el CNA. La represión a los mineros de Marikana completa el cuadro para ver de qué lado están Zuma y su gobierno.

¿Crisis en la COSATU?

La COSATU es la principal central sindical sudafricana, construida en la lucha contra el apartheid y en oposición a los viejos sindicatos “sólo para blancos”. En ese período, ganó su peso y su prestigio. Era un ejemplo mundial para la lucha de los trabajadores

Hoy está aliada, y de hecho integra, al CNA y apoya sus gobiernos y sus políticas. Esto le ha rendido grandes beneficios a sus dirigentes, en numerosos cargos gubernamentales o parlamentarios, y también en las empresas privadas. Por ejemplo, el ex-dirigente Cyril Ramaphoosa que fue líder de la lucha de los trabajadores mineros y contra el apartheid cuando encabezaba el sindicato minero nacional (NUM) y la COSATU, es hoy socio-propietario y miembro del directorio de la empresa Lonmin.

Este alineamiento con el CNA y sus políticas antiobreras y de defensa de la burguesía blanca parece estar provocando una crisis al interior de la COSATU. Por un lado, algunos activistas y cuadros estarían proponiendo la ruptura con el CNA y que la central lance un partido de los trabajadores.

Por el otro, se estarían produciendo rupturas en los sindicatos que la integran. Algo que se expresaría en la propia huelga de Marikana. Según las informaciones que manejamos, en esa mina surgió un nuevo sindicato (AMCU), caracterizado como “mucho más activo en sus demandas”, en ruptura con el de la COSATU (llamado NUM). AMCU ganó la mayoría en la mina e impulsó la huelga por aumento salarial (ganan unos 500 dólares mensuales y exigían un salario de 1500). El NUM habría estado en contra de la huelga y después de la masacre no hizo ninguna condena clara del gobierno, mientras alertaba contra los “divisionistas” (el AMCU).

Pero peor aún fue la posición del Partido Comunista sudafricano, integrante junto con el CNA y la COSATU del “trípode” en que se apoya el régimen. Luego de la masacre, el PC pidió “la detención inmediata de los dirigentes del sindicato AMCU, a los que acusó de provocar el caos con la excusa de la exigencia salarial”. En una nefasta posición de defensa del gobierno y de la patronal, para el PC el responsable de la masacre es el sindicato que impulsó huelga y sus dirigentes deben ir presos. ¡Indignante!
Algunas conclusiones

La represión a los mineros de Marikana dejó totalmente en claro la realidad sudafricana. Un régimen y un gobierno de una organización “negra” pero que defiende los intereses de la burguesía nacional –blanca y negra- e imperialista. Un aparato represivo que no vacila en perpetrar una sangrienta masacre para defender esos intereses. Una patronal que se siente segura y actúa con cínica soberbia: dos días después de la masacre, los voceros de Lonmin advirtieron que los trabajadores que no se presentaran a trabajar serían despedidos. Mientras tanto, los mineros que extraen un metal que se ven de 1.440 dólares la onza (28,35 gramos), ganan 500 dólares al mes y viven en casillas y barrios en las peores condiciones, y son masacrados si luchan por sus reclamos. Esa es la realidad del capitalismo en Sudáfrica.

Por eso, creemos que es necesario sacar conclusiones profundas. En la década de 1990, al pueblo negro sudafricano logró libertades y derechos políticos que indudablemente hay que defender. Pero continuó sometido a la peor explotación capitalista en beneficio de una minoría blanca y ahora también de la nueva burguesía negra oriunda de sus antiguos dirigentes. No habrá verdadera liberación del pueblo sudafricano sin destruir las bases capitalistas de esta explotación. Por eso, las imprescindibles luchas por mejores salarios y condiciones laborales dignas deben avanzar en el camino de la revolución obrera y socialista que liquide la explotación de clase que permanece en el país.

Más allá de estas conclusiones de fondo, frente a la masacre del Marikana, en primer lugar, expresamos nuestra más profunda solidaridad de clase con los trabajadores mineros y, especialmente, con las familias de los asesinados. La huelga continúa y comienza a extender a otras minas, como la Royal Bafokeng Platinum, de 7.000 trabajadores.

Apoyamos incondicionalmente esta lucha. Por eso, en primer lugar, llamamos a todos los sindicatos, organizaciones políticas y democráticas del mundo a realizar una gran campaña internacional de repudio a esta masacre y de exigencia de castigo a los responsables materiales, intelectuales y políticos de la misma, dentro del gobierno sudafricano y la empresa Lonmin. Llamamos también a gran campaña de solidaridad y apoyo a la huelga de Lonmin y las otras empresas mineras sudafricanas. Su triunfo será el de todos los trabajadores del mundo.

Secretariado Internacional LIT-CI

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