jueves, 30 de agosto de 2012

La última frontera: Trotsky en México (1937-1940)

 
Escrito por Fabio Queiróz
Martes 28 de Agosto de 2012
Este artículo comenta la estadía del revolucionario León Trotsky por tierras mexicanas, entre 1937 y 1940, tratando de sacar a la luz, aunque sea brevemente, las principales contribuciones al marxismo, que añadió a lo largo de los años.

Introducción

Hace 75 años, León Trotsky, se exilió en México. Es una oportunidad para que se recuerden sus contribucio nes al marxismo tomando, como parámetro, su paso por América Latina. Ese esfuerzo ya fue objeto de la atención de autores aislados y organizaciones políticas que reivindican su legado, pero siempre existe algo a ser añadido a las mejores contribuciones. Es, con ese espíritu, que nos propusimos escribir el presente artículo.

Lev Davidovitch Bronstein/Trotsky, tal vez sea uno de los últimos titanes del marxismo clásico que falleció. Fue asesinado en Coyoacán, México, el 21 de agosto de 1940. La presente investigación pretende dar cuenta del tránsito del viejo revolucionario ruso por América Latina, tratando de recomponer su contribución en territorio latinoamericano, para el desarrollo de la teoría marxista. Conviene recordar que León Trotsky permaneció, por cerca de tres años y siete meses, en la región, y durante ese período elaboró dos de sus principales trabajos: El Programa de Transición y En defensa del marxismo.

Ese esfuerzo, permanente, presupone retrotraerse a ese período, de casi media década, y se objetivo para responder varias cuestiones, tales como: ¿qué habría añadido Trotsky al bagaje marxista en su estadía por América Latina? ¿Cuáles serían las principales producciones teóricas, por él desarrolladas, en ese intervalo de tiempo? ¿Habría algún nexo entre sus principales conclusiones y el continente americano?

De este modo, este trabajo tiene por objetivo el proceso de elaboración teórica desarrollado por Trotsky en su corta y emblemática permanencia en territorio latinoamericano y sus implicancias para el marxismo revolucionario.

Trotsky en América Latina: marxismo, teoría y programa

Se ha completado un lustro desde que el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones (CEIP) publicó una miscelánea de trabajos del autor, producidos en América Latina. De hecho, la obra “Escritos latinoamericanos” da cuenta de una parte expresiva de la producción intelectual del creador de la teoría de la revolución permanente, en tierras americanas.# En la obra escrita, los organizadores tomaron en cuenta no solamente artículos producidos por Trotsky, sino también cartas y entrevistas que dan cuenta de un cerebro inquieto, que trataba de acompañar y responder a la marea de la lucha de clases.

La primera parte de la obra está constituida de 27 piezas entre artículos, cartas y entrevistas de León Trotsky. En su bagaje se observa el abordaje acerca de los más diversos temas: prensa, sindicato, imperialismo, democracia, nacionalismo, fascismo, stalinismo, México, América Latina, etc. Se destaca -por su enorme actualidad- el artículo “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”. La piedra angular del texto se traduce en una apreciación histórica concreta del sindicato en la época actual, demostrando que lo sujetaba a la máquina del Estado y cuáles las tareas que estaban presentes para que el movimiento sindical pudiese librarse de ese engendro, que tanto seducía a incautos como arribistas.

La parte segunda del libro está compuesta de artículos publicados por Trotsky en la revista CLAVE. De conjunto, son 24 artículos versando, también, bajo asuntos diversos, dentro de ellos: libertad de prensa, nacionalismo, elección, frente popular, stalinismo y personajes bastante dispares, como el sindicalista Toledano, el pintor muralista Diego Rivera y el marxista peruano José Carlos Mariátegui. Sobresale el artículo “Libertad de prensa y la clase obrera”, toda vez que inclinaciones antidemocráticas de líderes políticos latinoamericanas, en lo tocante a ese tema, en general, ayudan a mantenerlo casi corrientemente actual.

Otros tres trabajos se presentan en un anexo, totalizando, en los tres bloques, 54 producciones que revelan a un militante sintonizado con lo que se daba a su regreso y comprometido con la transformación de esa realidad circundante. No está de más, todavía, recordar el bagaje teórico y práctico que cargaba León Trotsky. Una gran guerra y tres revoluciones eran parte de un envidiable inventario. Cuando él plantó sus pies en México, ya vivirá toda esa experiencia.

De otro lado, ya producirá y desarrollará una de sus principales contribuciones teóricas al marxismo: La Teoría de la Revolución Permanente, aunque Marx la hubiese insinuado y ajustada a Parvus, como consecuencia de la revolución de 1905, en Rusia, una primera y sumarísima elaboración de ese postulado teórico. Pero, fue la de Trotsky y no la de otro, a quien le cabe el mérito irrefutable de definir, con claridad, el carácter, la dinámica y las tareas de las revoluciones del siglo XX, a la luz de la teoría de la revolución permanente.

Así, cuando llegó a México, ya Marx había fallecido hace más de medio siglo, Engels había fallecido hacía 42 años y Lenin hace 13 años. Por eso, hablábamos que su asesinato significó, prácticamente, el fin de un ciclo correspondiente a lo que Anderson (1999) tituló: marxismo clásico.

Por muchas razones, Isaac Deutscher lo nombró el profeta prohibido, tomando esa época como referencial, visto que al ser expulsado de la URSS, por decisión de Josef Stalin y, desde fines de los años 20 y mediados del decenio siguiente, Trotsky deambuló por el mundo, transportando en su maleta un pasaporte sin visa. La férrea voluntad de las naciones europeas, en no aceptarlo como exiliado político y la disposición de Lázaro Cárdenas en recibirlo en México, de hecho, lo impulsaron a vivir en territorio mexicano.

Tuvimos la oportunidad de referirnos a su bagaje teórico y, aquí es válido agregar, cuánto eso fue vital en sus estudios acerca de América Latina. Es, en ese contexto, que surge el concepto de bonapartismo sui géneris, aplicado a gobiernos latinoamericanos -como el del propio Cárdenas-, que se ve presionado entre las reivindicaciones populares y las presiones imperialistas. Son gobiernos que, en general, oscilan entre esas líneas de fuerzas y, bajo determinadas condiciones, se ven compelidos a adoptar medidas que los conducen a choques momentáneos con el imperialismo.

El bonapartismo [2] surgió para arbitrar conflictos, que se establecieron sin encontrar una solución por las vías representativas que la burguesía creara históricamente, para dirimir cuestiones que, directa o indirectamente, les decía al respecto. El caso del sobrino de Napoleón, examinado por Marx, en el 18 Brumario, es sintomático de esa tendencia burguesa.

De hecho, queda una pregunta en el aire: ¿cuál es el sentido del concepto ampliado de la expresión “sui géneris”? Para Trotsky (2000), en líneas generales, el régimen bonapartista, de América Latina, encerraba lazos profundos con su congénere clásico, pero tenía una particularidad que lo distinguía de su modelo europeo. Se trataba de un momento en que el Estado también se ubicaba por encima de las querellas de clase y, por esa vía, aseguraba la estabilidad política necesaria para el desarrollo del capitalismo. Aplicaba, sin embargo, una estrategia que lo impulsaba a una situación de relativo antagonismo con los intereses imperialistas. El ejemplo emblemático, estudiado por el viejo revolucionario ruso, y como ya, anteriormente, sugerido, fue el del general Lázaro Cárdenas Del Río que, al frente del Estado mexicano, aplicó una política nacionalista, entrando en un curso de colisión con el imperialismo británico. En las décadas siguientes -en países tan diferentes como Brasil, Argentina y Perú- fueron observados casos muy semejantes de regímenes semidemocráticos, esto es, bonapartistas sui géneris, que se colocando por encima de la lucha de clases, resistían parcialmente a la dominación imperialista.[3]

Ese ejemplo es una demostración de como el viejo revolucionario trató de aplicar creativamente la teoría y el método de Marx. Se trataba de tomar el modelo teórico de forma maleable y no como un saber irresponsablemente talmúdico. O sea: el carácter típico de un fenómeno es típico solamente en relación a una determinada realidad. En consecuencia, se debería admitir que Trotsky tratase el develado de la particularidad de la línea de evolución del bonapartismo, un fenómeno que dejó de ser únicamente europeo, pero que al transbordar sus fronteras, adoptó las formas típicas que decían respecto a la realidad de otras regiones del planeta. En ese sentido, es suficientemente plausible la fórmula del bonapartismo sui géneris en el que concierne a América Latina.

Los beneficios particulares de ese análisis es que esta responde a la concreción de una realidad dada, y eso es lo que llevó a Trotsky, de modo intencional, convertir la teoría en más operativa, aplicándola sin dejar de considerar la especificidad de América Latina, de su cultura y de sus instituciones.

En esa dirección, con conocimiento de causa, el viejo Trotsky utiliza parte de los artículos y cartas para discurrir sobre temas tan ligados, como el papel de la burguesía latinoamericana, sus relaciones con el imperialismo y su postura ante la posibilidad de la acción revolucionaria. Esas reflexiones, de modo vehemente o de forma más mediada, encierran cierto grado de utilidad en relación a Brasil, lo que trataremos de demostrar a partir de ahora [4].

En términos categóricos, la burguesía latinoamericana y la brasileña, en particular, se establece social, política y económicamente asociada a los capitalistas de los países de economía central, ya con ésta debidamente asentada en una ortodoxia petrificada: la de la reacción en todos los planos. Antes, hechos y frases dialogaban, aunque de modo quebradizo; ahora, se toman las frases por hechos. En suma, la burguesía de las economías dependientes -apretada entre el imperialismo y el proletariado- prefiere aliarse con el latifundio, internamente y, a pesar de una u otra escaramuza con el opresor externo, celebra con él una asociación de la cual resulta un nexo histórico insidioso. Así, la burguesía aborigen se deja resignar a los límites impuestos por el orden imperialista vigente. Se contenta con la función subalterna que cumple. Explícitamente, no gobierna, se deja gobernar. Se complace en ser parte de una orquestra sin ambicionar el lugar de solista o director.

Ha de argumentarse, con justeza, que existieron algunos momentos de radicalidad en el terreno de las contiendas de las burguesías locales con el imperialismo, conforme ilustra el caso mexicano de las primeras décadas del último siglo. Sucede que los burgueses mexicanos no sólo no condujeron la revolución democrático-burguesa hasta las últimas consecuencias, como la hicieron retroceder hasta el límite de forjar, como su mayor legado, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuyo ADN encerraba una naturaleza institucional relativa, combinada con la ausencia absoluta de cromosomas revolucionarios. En realidad, fueron remantes del PRI que patrocinaron, por el lado de México, la adhesión de este país a la jaula de hierro del Área de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Otros casos, como el del peronismo o del varguismo, patinaron, se vinieron ladera abajo y restringieron su asiduidad a los etéreos manuales de historia sobre las tragedias latinoamericanas.

De las formulaciones clásicas del marxismo, acerca del problema, las contribuciones de Trotsky contienen un vigor fácilmente explicable: el período en que él estuvo en México y pudo examinar, en el lugar, las debilidades de un proyecto revolucionario independiente de la burguesía regional. Examinando las cuestiones a partir de una ubicación privilegiada, una vez que México era escenario de un proceso en el que la burguesía nativa conjugaba acuerdos generales con tensiones nada insignificantes, en relación al imperialismo, el viejo revolucionario ruso, embebido da vivencias, consiguió percibir, con mayor precisión, las desconcertantes paradojas de la burguesía latinoamericana. Para él, "los burgueses aborígenes, por (su) debilidad general y su atrasada aparición, les impide alcanzar un más alto nivel de desarrollo que el de servir a un señor imperialista contra otro. No pueden lanzar una lucha seria contra toda conminación imperialista y por una auténtica independencia nacional, por temor a desencadenar un movimiento de masas, de los trabajadores del país que, por su parte, amenazaría su propia existencia social" (Trotsky, 2000, p. 93) [5].

Podemos constatar que la burguesía nativa, por el temor de levantar internamente a las masas trabajadoras, no se lanza, de forma consecuente, a una lucha contra la dominación imperialista. Hacer frente a la situación adversa externa podría ir a producir, internamente, circunstancias concretas que escaparían de su control. Luchar contra el yugo del imperialismo es una tarea nacional y democrática que, por las razones enumeradas por Trotsky, la burguesía latinoamericana no demuestra capacidad de tomar en sus manos. ¿Podemos, entonces, referirnos, en los tiempos actuales, a una hipotética revolución burguesa, sin que no se cumpla esa tarea?

Además, la burguesía de la periferia de América no se achica a una feroz competencia contra el proletariado y el campesinado pobre, aliándose, en su sentido más profundo, a la escoria de los propietarios de la tierra: los latifundistas. En ese camino, el horizonte de la revolución burguesa, más que nebulosa, se proyecta a un horizonte gangrenado. La burguesía autóctona se muestra incapaz, en el plano externo, de conducir a la nación contra la sujeción al imperialismo e, internamente, expone a la vista su incapacidad de llevar a cabo otra tarea democrática esencial: la extinción del monopolio de la tierra. En un cierto nivel, el ajuste con los minúsculos grupos de hacendados devela la escasez de disposición para convertir en real lo que es necesario y testimonia la ausencia de compromiso con el usufructo democrático del suelo. En síntesis: los procesos locales no se revelan como revolución pero, con demasiada condescendencia, sí el drama histórico protagonizado por una clase impotente y, de esa manera, se manifiesta en la forma de un deplorable simulacro.


Con un panorama como ese, el remate de Trotsky es perentorio: la burguesía nativa “es impotente desde el nacimiento y orgánicamente ligada por un cordón umbilical a la propiedad agraria y al campo imperialista” y, de ese modo, “incapaz de resolver las tareas históricas de su revolución" (2000, pp.273/274) [6]. Partiendo del análisis de los burgueses mexicanos, no es extraño, por lo tanto, que concluya, acerca de las burguesías latinoamericanas:

“Nacidas tardíamente, confrontadas a una penetración imperialista, y al atraso del país, no pueden resolver, con éxito, las tareas que sus equivalentes, en los países avanzados realizaron hace mucho tiempo (ídem, p. 275) [7].

Siendo así, en la perspectiva marxista hay una nítida imposibilidad de hablar de una revolución burguesa tardía en países como Brasil. Esa es una contribución preciosa, nacida de la pluma de Trotsky y que carece de ser debidamente reconocida. Es menester citar su reflexión acerca de ese temario porque, en la época, prevalecía un punto de vista diametralmente opuesto y éste, con efecto, estuvo consignado en las políticas de los partidos comunistas regionales y en sus desenfrenadas búsquedas por el eslabón perdido, de una burguesía a la que cabría cumplir un papel progresista en el patíbulo de la historia latinoamericana. Para León Trotsky, la etapa de las revoluciones burguesas y, por consiguiente, de la acción progresiva de la burguesía, en general, ya estaría definitivamente vencida y sepultada. Realzando la teoría de la revolución permanente, el viejo revolucionario entendía que el papel de llevar a cabo las tareas de la revolución burguesa -indefinidamente pospuesta y relegada a las calendas griegas por los propios burgueses latinoamericanos organizados en clase cabría, únicamente, al proletariado, liderando a las naciones oprimidas. Sus últimos textos solamente reforzarán las convicciones. Por su parte, las tragedias históricas y políticas resultantes de las políticas de los PCs latinoamericanos, apenas corroboraron la justeza de las tesis trotskistas. E esos términos, el golpe militar de 1964, en Brasil, es un ejemplo emblemático de como la fé en la consecuencia democrática de una pretensión burguesía progresista tiende a producir verdaderas catástrofes históricas.

Además de la carpintería técnica de los textos (en general, de irrefutable calidad), se verifica una permanente contribución del autor en relación a cuestiones teóricas, además de un análisis crítico del flujo de los acontecimientos de los últimos años de la década del 30. Por lo tanto, no se trata de una mirada melancólica al pasado, sino de un compromiso con su tiempo, aunque presionado por un deseo y una necesidad intensa de actualización y reafirmación teórica del marxismo. Por los motivos indicados, se deduce que su paso por México no se resume a una concha vacía. Hay generosas contribuciones a la teoría marxista y a la comprensión de su tiempo. Sin negarse al examen pormenorizado de los principales fenómenos históricos del período, en particular el nazifascismo, León Trotsky puso para sí la meta particularmente importante, de un fino entendimiento acerca de las cuestiones más candentes de América Latina. Las indicaciones anteriores van, particularmente, en esa dirección.

Incluso, cuando el epicentro no era América, esta, de alguna manera, se hacía presente. Desde el punto de vista de los principios más generales, en su trabajo En defensa del Marxismo, se nota un deseo irreprimible de salvaguardar el arsenal teórico marxista contra el empirismo y las presiones pequeño-burguesas y academicistas que, entonces, contaminaban las discusiones al interior de la principal sección de la IV Internacional en las Américas: el Socialist Workers Party (SWP) de EE.UU. La defensa del marxismo significó la defensa de la URSS (en la época, un Estado obrero) frente a la retórica ideológica del imperialismo e, incluso, del método dialéctico contra los modismos que lo criticaban como pura mistificación. Entonces, aunque León Trotsky se orientase por una mirada más estrecha, de cierto modo, el continente que lo alojara no se ausentaba completamente de su radio de reflexión, porque el leitmotiv de su intervención teórica estaba localizado en una de las secciones partidarias del continente. Este raciocinio también nos muestra que la construcción de los partidos de la IV Internacional, en América, no se desvinculaba de los temas que, entonces, dividían aguas en la izquierda mundial: la ofensiva nazifascista y la defensa de la URSS y del marxismo.

El libro En defensa del Marxismo fue publicado en Brasil, por primera vez, por Propuesta Editorial, probablemente a comienzos de los años 1980. Esa primera edición de la obra circuló en las librerías de buena parte del país, desde inicios a mediados de la década antes citada, y sin fecha de publicación. Sus temas centrales -marxismo, dialéctica, lucha de clases, revolución, composición social del partido revolucionario, centralismo democrático, nazismo, guerra y, principalmente, la defensa de la URSS-, demuestran que León Trotsky, aunque rodeado por la atmósfera de América, jamás perdió el hilo general, relacionando dialécticamente las vicisitudes inmediatas de una temporada forzada (exilio) a las cuestiones más vastas de la teoría y de la política.

Los materiales que conforman la obra En defensa del Marxismo fueron elaborados entre los años 1939 y 1940, alcanzando hasta, prácticamente, los días que precedieron al asesinato de Trotsky. De conjunto, hay cerca de una docena de artículos (unos largos y otros bastante breves) y una infinidad de cartas no sólo intercambiadas con James Cannon, dirigente del SWP, sino con todo un grupo de oposición que se forjó en la sección norteamericana de la IV Internacional, a saber: Max Shachtman, Martin Abern y James Burnham. Las misivas son once, de conjunto, y en ellas se tratan los asuntos más diversos, que van desde la guerra a las disputas fraccionales en el seno del Socialist Workers Party. En el meollo del alboroto, sin duda, estaban discusiones alrededor de la naturaleza de la URSS y si esa, por lo tanto, debería ser o no defendida frente a la ofensiva ideológica y militar del imperialismo. La oposición, caracterizada como pequeño-burguesa por el viejo revolucionario, rompe con el SWP y sus cardenales van girando cada vez más a la derecha, hasta integrarse al status quo de la filosofía pragmática y de la política conservadora norteamericana.

Los embates que se dieron alrededor de las cuestiones ya señaladas y revelan uno de los rasgos de la psicología y de la actividad política de Trotsky: el brío polemista. Concomitantemente, el viejo revolucionario no economiza energía en la defensa de los principios, tradiciones y métodos marxistas. En esa dirección, aportará -en lo tocante a esa preocupación- con un texto clásico del trotskismo: el llamado Programa de Transición, cuyo subtítulo es “La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”.

El Programa de Transición fue aprobado en una conferencia clandestina, en el suburbio de París (Périgny); conferencia que dio origen al Partido Mundial de la Revolución Socialista -IV Internacional (setiembre de 1938). Cuando esto sucedió, Trotsky estaba en América Latina y desde allá remite la propuesta programática que será aprobada por los delegados conferencistas. Repasando las pisadas de Marx, él ofrece un horizonte programático que tiene, como sus principales antecedentes, el Manifiesto Comunista y las resoluciones de los cuatro primeros congresos de la III Internacional, acaecidos con Lenin aún vivo. Se trataba de salvar el legado marxista cuando el mundo caminaba hacia una nueva catástrofe belicista. En palabras de Josef Weil, "era la sistematización teórica, programática y, también, un método para la época imperialista, cuando no era ya posible trabajar como hacía la socialdemocracia, con un programa mínimo de reformas parciales, dejando para un futuro remoto la cuestión del socialismo y el derrumbe del capitalismo. Era necesaria una plataforma de transición entre las luchas mínimas y democráticas y la cuestión del poder" (Weil, 2004, p. 6).

Esta plataforma-programa está compuesta de 20 puntos, cuyo proyecto inicial Trotsky presentó –probablemente, tres meses antes de su aprobación en la Conferencia de Périgny- en territorio americano. Ese episodio se tradujo en una discusión con dirigentes del Socialist Worker Party (SWP), que se convertiría en una de las principales secciones de la IV Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista.

Hay, por consiguiente, un encadenamiento entre su presencia en el continente americano y el germen del principal documento político-programático del trotskismo como corriente internacional: El Programa de Transición. En ese sentido, no estaría en el rol de las cosas inexistentes suponer que la elaboración del mencionado texto programático deba haberse dado en territorio mexicano, aunque la discusión clave, con sus partidarios, haya ocurrido en el seno de la futura sección norteamericana.

Desde Coyoacán (México), el 7 de junio de 1938, él escribió: “completar el programa y ponerlo en práctica”, dando a entender que la plataforma programática estaba lista, pero aún permanecía abierta a las contribuciones. No la daba, por lo tanto, como algo acabado. Se trataba, en última instancia, de un proyecto de programa. Muchos dirigentes del SWP expresaron dudas y divergencias, con las cuales León Trotsky no se rehusó a debatir. Al final de las discusiones, el agrupamiento norteamericano aprobó el proyecto de programa, que sería, posteriormente, adoptado como pieza programática en la conferencia internacional realizada en Francia, sin la presencia de su principal formulador.

El Programa de Transición, en su parte I, comienza examinando “las premisas objetivas de la revolución socialista” y toca, en sus partes intermediarias y finales –de la novena a la décima parte-, temas variados como: la especificidad programática en la época actual, salarios/jornada de trabajo, los sindicatos, los comités de fábrica, control obrero, expropiación de ciertos grupos capitalistas, estatización de los bancos, piquetes, alianza obrero-campesina, imperialismo (y guerra), gobierno obrero-campesino, los sóviets, los países atrasados y fascistas, el oportunismo y el sectarismo, la juventud, las mujeres y la IV Internacional.

Políticamente, la clave de El programa de transición es la superación de las nociones de programa mínimo y programa máximo, como etapas estancas. Surge la idea de un programa transicional, cuya definición, por Trotsky, es suficientemente clara:

La IV Internacional no rechaza las reivindicaciones del viejo programa mínimo, en la medida que ellas conservan alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales. Pero, conduce este trabajo diario al marco de una perspectiva correcta, real, o sea, revolucionaria. En la medida en que las viejas reivindicaciones parciales mínimas, de las masas, chocan con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente –y esto ocurre a cada paso-, la IV Internacional avanza un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es dirigirse, cada vez más abierta y resolutivamente, contra las propias bases del régimen burgués. El viejo programa mínimo es constantemente traspasado por el programa de transición, cuya tarea consiste en una movilización sistemática de las masas en dirección a la revolución proletaria (Trotsky, 2004, p.14-15).

Efectivamente, se supera la pared que se colocaba entre las luchas cotidianas de las masas y la conquista del poder político por el proletariado. En el lugar de la pared, se extiende un puente. Ese puente sería El Programa de Transición. Ese enfoque supera la tradición socialdemócrata en que el programa se realizaría en pedazos, o sea, de a poquito. El Programa de Transición sería la plataforma política del proletariado en la época del imperialismo. En ese sentido, no estaríamos atribuyendo falsamente a León Trotsky una actualización a la tradición revolucionaria marxista. Se trata, de hecho, de una contribución decisiva al marxismo.

Ese, tal vez, sea el último documento fundamental redactado por el primer dirigente del Ejército Rojo. En los pocos años que aún le restaron de vida, él no sucumbió a la aspereza de un tiempo basado en moldes diferentes de aquellos que permitieron que él se ubicase en la línea del frente de la victoriosa revolución de octubre de 1917. Ese nuevo tiempo -manchado de aspereza y totalmente encrespado- no se hizo sin obstáculos a su producción teórica. Los textos que compusieran el clásico En defensa del Marxismo, son una demostración cabal de determinación y una cosa bien imposible de curvarse a la lógica de un período impoluto, en que ni sus principales verdugos -nazifascismo y stalinismo- conseguirán silenciarlo.

A despecho de esa resistencia, traducida en cientos de textos de los más variados, los acontecimientos hacían a la balanza oscilar, cada vez más, a la inversa de los deseos y esfuerzos de Trotsky. La dinámica no era congruente con sus planes, sino discordante, contrastaba con su espíritu más profundo. La tapicería que se tejía era de una estética trágica. Conforme a la II Guerra Mundial, se profundizaba el aislamiento del viejo revolucionario, sufriendo un proceso de alargue. Más que nunca, siguiendo en la contracorriente, es asesinado en agosto de 1940, en Coyoacán, con un piolet, en las manos de un agente de la GPU (Jaime Ramón Mercader) -al mando de Joseph Stalin. Finalmente, el viejo era silenciado. el marxismo revolucionario recibiría, así, un golpe decisivo. Momentáneamente, triunfaría el stalinismo -vulgaridad teórica, programática y metodológica del marxismo.

Consideraciones finales

La derrota de la revolución socialista en Europa, la consolidación del stalinismo en la ex URSS y la expansión del nazifascismo, llevaron a una inflexión entorno del marxismo. La creencia en la tendencia revolucionaria del proletariado y en la posibilidad de éxito de la estrategia socialista, fue sustituida por un escepticismo político y por un descenso culturalista que dieron origen a lo que Anderson (2009) llamó marxismo occidental. Trotsky era, casi, la última frontera entre las inclinaciones revolucionarias de la teoría marxista y los nuevos tiempos: tiempos de reveses.

En el momento en que el programa y la estrategia del marxismo revolucionario eran abandonados, León Trotsky insistía en su oportunidad y, al mismo tiempo, procuraba enriquecerlo y actualizarlo.

Era imposible tomar al marxismo como un dogma resecado. Esa fue la postura adoptada por Lev Davidovich Bronstein. Los fenómenos del stalinismo y de la burocratización del Estado Soviético, de un lado, y el ascenso del nazifascismo, del otro, exigían estudio, investigación y actualización teórico-programática. Ese trabajo comenzó a ser efectuado en Europa, pero siguió y se desarrolló en los casi cuatro años en que Trotsky se quedó en tierras mexicanas.

Los libros El Programa de Transición y En defensa del Marxismo son las pruebas contundentes de ese esfuerzo de actualización teórico-programática. Ese proceso, sin embargo, no se hizo separado de la energía desplegada, con vistas a dotar, a los marxistas revolucionarios, de una salida político-organizativa ante la caída de la III Internacional, primero stalinizada y, después, simplemente destruida. El Programa de Transición era la plataforma para la creación de una alternativa frente al nuevo cuadro histórico que, entonces, se conformara: la IV Internacional. Esta surgió con su inspirador viviendo en América Latina, aunque la mayoría de sus representaciones estuviese en Europa.

En lo que atañe a los nuevos desafíos y dificultades, Trotsky no optó por el escepticismo epistemológico o político, mucho menos por las variantes típicas del marxismo occidental; fue osado en tiempos difíciles y ni su asesinato se mostró capaz de apagar sus contribuciones teóricas, cimentadas en Marx, Engels y Lenin, pero sin ignorar los problemas de un nuevo escenario discordante con la etapa anterior de la lucha de clases. Ese escenario requerí, a veces, no sólo referenciarse en el arsenal teórico existente y consagrado, sino renovándolo a la luz de los nuevos fenómenos. Esa fue la actitud del principal inspirador de la IV Internacional.

En la introducción a este trabajo, hicimos tres preguntas: ¿qué habría añadido Trotsky al bagaje marxista en su estadía por América Latina? ¿Cuáles serían las principales producciones teóricas, por él desarrolladas, en ese intervalo de tiempo? ¿Habría algún nexo entre sus principales conclusiones y el continente americano?

Afirmamos que es posible responderlas casi sumariamente y, al mismo tiempo, tejer nuestras consideraciones finales. En tierras americanas, el principal legado de León Trotsky al marxismo fue, probablemente, la elaboración de El Programa de Transición -una plataforma y un método para la acción del proletariado, en una etapa divergente e impertinentemente contrarrevolucionaria. La teoría y el programa, en la óptica marxista, no constituyen elementos que no conozcan modificaciones. La realidad es más rica y siempre exige una correspondiente actualización. Pero, hay una equivalencia mutua entre preservar y renovar. Trotsky procede a esa renovación teórico-programática -Programa de Transición- preservando los principios fundamentales de la teoría-programa marxista, posicionamiento también admitido y adoptado en la obra En defensa del Marxismo. Simultáneamente, ese ejercicio de modificación teórica sin alejarse de la ruta marcada por el marxismo clásico, encuentra otro ejemplo arquetípico en el uso creativo del concepto de bonapartismo, en el estudio de la realidad latinoamericana.

Esos ejemplos, que revelan su contribución al marxismo, son casi simétricos a sus principales producciones teóricas: El Programa de Transición (cuyo esbozo Trotsky escribió en abril de 1938) y En Defensa del Marxismo (cuyo texto base, “Una oposición pequeño-burguesa en el SWP”, fue reditado a fines de 1939). En ese interín, así, él escribió sobre diversos asuntos, dentro de los cuales está las relaciones entre Stalin-Hitler, burocracia soviética y situación mundial cargadamente belicista (El Kremlin y la política mundial, El pacto germano-soviético, etc.); los acontecimientos ligados a la guerra civil española (La lección de España y Clase, partido, dirección -¿por qué fue derrotado el proletariado español [8]); no se escapó, también, de reditar un artículo cuyo centro era los 90 años de la publicación del Manifiesto Comunista (aquí, la dialéctica actualidad-actualización asume una visibilidad palpable) y otro, en sociedad con el surrealista André Breton, celebrando la libertad artística como principio indeleble. El texto -titulado Manifiesto por un arte revolucionario independiente- mantienen, pasados más de 70 años, una sorprendente actualidad.

Todos esos trabajos, parodiando a James Cannon, son piezas extraordinarias de la literatura bolchevique y, episódicamente, tuvieron sus destinos cruzados con las Américas. No se debe olvidar que, en un primer momento, Trotsky solicitó exilio en los EE.UU., siendo negada la visa por Franklin Delano Roosevelt, por dos veces. El destierro en México, de hecho, era el “plan B”. En ese sentido, ni Estados Unidos, ni México y ni América Latina de conjunto, estuvieron separados de sus esfuerzos de elaboración. La situación económica de los EE.UU., el gobierno de Roosevelt, las relaciones entre el programa revolucionario y la mayor potencia capitalista; las nacionalizaciones mexicanas, sus significados y sus límites; el movimiento sindical latinoamericano, en el contexto del sindicalismo mundial (recordemos siempre su texto clásico “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista", escrito en agosto de 1940, en vísperas de su asesinato); los límites de la democracia, en el continente, y el futuro de América Latina; todos esos temas están en el núcleo de sus textos producidos en el período. Por eso, circunstancialmente, debajo de la mirada de Trotsky, los destinos del mundo, en general, y particularmente, del continente americano, se encontraban en íntima conexión. Teniendo a la vista ese caso, sus escritos, casi que inapelablemente, tienen que ver con esa parte del mundo, que le dio su último abrigo, en un planeta (dominado por el capital) que, al unísono, le negara una simple visa.

El día 22 de agosto, su cuerpo era cremado después de haber sido acompañado por más de 200 mil personas. Además de las cenizas, quedaron los papeles escritos, ilustrando una de las más fecundas contribuciones al legado marxista.

Notas
[1] Efectivamente, los textos que componen esa compilación, fueron publicados anteriormente en León Trotsky -escritos, de Editorial Pluma, correspondiendo a una colección de textos que, aunque muchísimo más amplia, también abarcaba al paso del revolucionario ucraniano por América Latina, a través de su obra.

[2] El bonapartismo tiene una particularidad que parece contrariar la teoría marxista de las clases, toda vez que la correspondencia entre la dominación de clases y el Estado, parece prescindir del más diminuto sentido. En el fondo, se trata de una modalidad política propia de momentos de crisis, cuando la no resolución se instaura por el medio, entre las diversas facciones de las clases dominantes. Por eso, es un régimen político de excepción. No niega al capitalismo, sino que lo defiende por métodos menos convencionales, prescindiendo, por ejemplo, de las sutilezas y elasticidad del régimen democrático-burgués. En el caso específico de América Latina, el bonapartismo sui géneris se presenta, en gran medida, asociado a un régimen político semidemocrático.

[3] El concepto de bonapartismo, aplicado a la realidad latinoamericana -aquí suscitado de modo francamente breve-, es una reinstalación de una discusión que llevé a cabo en mí Tesis de Doctorado, tomando por faro los estudios acerca de los regímenes militares que barrieron América del Sur y América Central, al unísono entre los años 1960 y 1980. Aquí, en gran medida, manteniendo mis conclusiones fundamentales, aunque sin desarrollarlas.

[4] En los próximos seis parágrafos nos apoyaremos en un estudio que hicimos acerca del concepto de revolución, con Caio Prado Júnior y Florestan Fernandes, y cuyos resultados fueron presentados en un artículo publicado por la revista Octubre.

[5] Esa cita fue, directamente, por mí traducida de una pasaje de la miscelánea de textos de Trotsky “Escritos latinoamericanos”, leída directamente del español.

[6] Ídem.

[7] Procedimiento similar a los dos ítems 5 y 6.

[8] Ese texto clásico de Trotsky, en general, se publica en América Latina en medio de la obra Bolchevismo y stalinismo (ver Bibliografía).

REFERENCIAS

ANDERSON, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental. Sao Paulo: Brasiliense, 1999.

TROTSKY, León. Bolchevismo y estalinismo – clase, partido y dirección / a propósito del frente único, Buenos Aires, Argentina: Yunque Editora, 1975.

En defensa del marxismo, Brasil: Propuesta Editorial, S/D.

Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, Argentina: CEIP, 2000.

Programa de transición, Sao Paulo: Instituto José Luis y Rosa Sundermann, 2004.

WEIL, Josef. Prólogo. En: Programa de transición. Sao Paulo: Instituto José Luis y Rosa Sundermann, 2004.

Fábio Queiróz es profesor de la Universidad Regional de Cariri – URCA.

Traducción Laura Sánchez

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