De golpe el púlpito se convirtió en una plataforma y los fieles que buscaban las parroquias para rezar y pedir la bendición dieron de cara con imprecaciones contra la legalización del aborto. Estábamos a las vísperas de la primera vuelta de los comicios presidenciales, y la candidata del PT, Dilma Roussef, había sido presionada por los religiosos a posicionarse sobre el aborto. Dio una respuesta vaga, para agradar a griegos y troyanos, y acabó perdiendo votos.
Un análisis superficial de ese hecho puede llevarnos a concluir que la iglesia está fuerte y hubo un avance del conservadurismo entre las masas. A pesar de que las apariencias nos lleven a esa conclusión, hay que desconfiar de las apariencias. Lo más probable es que Dilma haya perdido votos a causa de la amenaza de un nuevo "mensalão" [1] envolviendo su asesora, Erenice Guerra. La polémica sobre el aborto vino como coadyuvante, pero tuvo el mérito de recolocar en el orden del día una cuestión tan fundamental para toda la sociedad, y no sólo para las mujeres.
Mucha gente gritó, acusando a la iglesia de participar inadecuadamente en las elecciones. Otros gritaron diciendo que el aborto no debe ser usado como moneda de cambio en la campaña electoral. La iglesia siempre participa en las elecciones burguesas, ya que en ellas está en juego muchos de sus intereses y también porque gran parte del electorado sigue la iglesia y otras religiones y presta oídos a lo que dicen los curas. Además, en Brasil se da más oídos a los curas que a los partidos políticos. Por otro lado, el aborto sí debe ser punto de discusión de la campaña electoral, donde todo debe ser debatido y cuestionado.
Insatisfacción generalizada
Es lamentable que la polémica sobre el aborto fuera tan rápida y superficial. Estratégicamente, fue interrumpida rápidamente para que la verdad no subiese a flote. Ella demostraría que la pérdida de votos de Dilma en la primera ronda no fue síntoma del avance del conservadurismo entre las masas y mucho menos del poder de la iglesia. Son de hecho indicios de que un movimiento profundo viene ocurriendo en el interior de la clase trabajadora y de las masas, motivado por una insatisfacción generalizada contra la crisis de valores en que estamos hundidos.
La familia, que es vista mucho menos como una institución y mucho más como un valor humano, viene siendo destruida ante nuestros ojos. El amor y las relaciones amorosas viraron producto de consumo, mercancía barata o pretexto para comerciales de TV. El trabajo, que siempre fue visto como forma de dignificar al hombre y la mujer, no pasa de pura explotación y alienación. El empleo, que es visto como una dádiva divina para millones de familias pobres, hace del empleado un esclavo del patrón. La maternidad, vista por la amplia mayoría de las personas como un momento mágico y sublime para la mujer, viró a ser fuente de sufrimiento e incertidumbre. El saber, un valor tan enaltecido y añorado por todos, ya no sirve para nada, o entonces es vendido en el mercado para satisfacción de una elite. El valor más caro de entre todos - la vida humana - parece no tener más valor alguno delante de la enorme violencia urbana, de la banalización del crimen, del crecimiento desmedido de la violencia doméstica, de la propagación de las drogas, de las guerras, de la falta de bienestar, de protección, de aliento.
En ese escenario, cualquier discurso que clasifique el aborto como forma de asesinato, como lo hace la iglesia, cae como un guante. Nadie aguanta más presenciar semejante genocidio, tanto desprecio por la vida humana. Por lo tanto, aquel que dice ser contra el aborto porque defiende la vida humana tiene audiencia, porque ese es el discurso que todos quieren oír, un discurso que valorice la vida, el amor, las relaciones humanas. Es plenamente comprensible que las personas que son las mayores víctimas de la barbarie y de la degradación de los valores humanos más consagrados y más esenciales, aquellos que enseñamos a nuestros hijos todos los días, repudien un acto más de violencia contra la vida humana. Lo que las personas buscan en la religión es la verdad, la paz, la verdadera fraternidad; buscan la valorización de la vida, de todos los valores más esenciales y que nos hacen humanos.
Y eso está lejos de poder ser considerado conservadurismo. Más correcto es entenderlo como un movimiento profundo de reacción contra la barbarie. Una manera – ya sea velada o inconsciente – de repudiar un sistema económico que nos impone un modo de vida bárbaro, asentado en valores despreciables como el egoísmo, la competencia desleal, el dinero y el poder como sobrepuestos al saber y a la competencia, la mentira y el engaño como sobrepuestos a la verdad y a la lealtad, la corrupción y el robo como sinónimos de listeza y agilidad, la violencia y la brutalidad como sobrepuestas al conocimiento y a la inteligencia.
La iglesia y los diversos grupos religiosos apelan a ese discurso, y lo refuerzan conforme crece la barbarie. La religión se base en el “cuanto peor, mejor”, porque sólo durante la tempestad, un discurso sobre el sol es sentido plenamente. Poco importa que tratar el aborto como crimen signifique el verdadero crimen que se comete a diario en medio de esta tempestad en que vivimos, porque quitarle la vida de millones de mujeres pobres. Esos crímenes suenan en los labios de los curas y obispos como efectos colaterales. Porque no les dan la debida importancia? ¿Por qué no mencionan nunca esas vidas perdidas? ¿Por qué no rezan por ellas? ¿Por qué no las reivindican como hacen con los fetos?
Crímenes terribles contra la vida humana son cometidos a cada minuto, y al contrario de lo que se piensa, las masas no minimizan las muertes de esas mujeres por abortos mal realizados por el hecho de que ellas ocurran en medio de millones de otras muertes. Si así fuese, el discurso de la iglesia no tendría base donde asentarse. Las masas no aguantan más tantas muertes, y es justamente eso lo que explica la estrategia de la iglesia de minimizar las muertes de las mujeres, para no aumentar todavía más la indignación de las masas contra la criminalización del aborto practicada por la iglesia. La iglesia no se rebela contra la muerte de las mujeres para no aumentar la ira de las masas y también como forma de demostrar que esas mujeres son indignas de continuar viviendo, porque son criminales. Y la iglesia no reza por los criminales.
Las contradicciones de la iglesia
Pero la campaña de la iglesia contra la legalización del aborto es un cuchillo de doble filo. Por un lado, demuestra que ella sabe que en medio de la barbarie y la indignación, la predicación contraria a la legalización del aborto cae en terreno fértil. Pero, por otro lado, es una campaña peligrosa porque está asentada sobre arena movediza, en masas indignadas contra tanta violación de los derechos humanos, y esa indignación, cualquier día, va a volverse contra los propios curas y obispos, que cierran los ojos a millones de mujeres que mueren por abortos clandestinos, siendo responsables, por lo tanto, por más de esa degradación de la vida humana.
Otra contradicción que la iglesia tiene que enfrentar es que a pesar de indignarse con tantos crímenes, las masas continúan practicándose abortos. Las estadísticas muestran que de cada diez mujeres, cuatro ya se hicieron uno o más abortos. Eso significa que la realidad concreta es mucho más fuerte que cualquier ideología. Y las masas son concretas. Ellas están luchando en ese mar de fango, en esa barbarie total, en esa tempestad tenebrosa, para continuar viviendo. Es la ley de la supervivencia. ¿Qué muestran las estadísticas sobre el aborto? Que después de rezar de rodillas delante de la imagen del santo, al pie del altar, la mujer pobre sale de la iglesia y va a buscar una forma concreta de resolver su problema. No hay como tapar el sol con un dedo.
La legalización del aborto – algo que ya existe en los países más avanzados del mundo, y no menos católicos que Brasil, como Portugal, por ejemplo – es una de las cuestiones fundamentales para la emancipación femenina. La mujer tiene que tener el derecho de decidir sobre su propio cuerpo porque, de lo contrario, no se puede decir que vivimos en una democracia. Estamos a las vísperas de la segunda vuelta y varios actos en defensa de Dilma “y de la democracia” están siendo realizados. Pero hay que preguntar ¿cuál democracia es esa? O si el gobierno Dilma será democrático, ya que no va a legalizar el aborto. ¿O la opinión de las mujeres no vale nada?
Hoy las mujeres ya son más de la mitad de la fuerza de trabajo, y garantizan una parte importante de la riqueza nacional. Y eso colabora a aumentar su consciencia sobre la necesidad de tornarse en un ser pleno, con todos sus derechos a una vida digna. Una mujer que trabaja tiene más condiciones de saber el tiempo que dispone para cuidar de un niño, de saber si su sueldo es suficiente para criar un hijo, en fin, es una mujer menos susceptible a discursos abstractos. Para ella, el pecado va quedando cada vez más abstracto conforme ella se adentra a los hechos concretos del día a día del mundo del trabajo y conoce los avances de la medicina a los cuáles millones de mujeres no tienen acceso. ¿Y por qué ella no encuentra en la iglesia una aliada? En el momento más crítico de su vida, los curas en que ella tanto confiaba le volvieron el rostro.
Crisis de la religión como valor humano
Así, la religión como valor humano, también va cayendo por el suelo. Ese es un hecho positivo, pero que tiene sus contradicciones. Esa insatisfacción contra la crisis de valores, a pesar de hacer que las masas todavía van a escuchar la predicación de la iglesia contra el aborto, muestran una voluntad de cambio. Indica que la trivilización del crimen, la trivialización de la miseria, la trivialización de la violencia, fenómenos tan presentes, ya empiezan a sobrepasar la barrera de la trivialización, ya empiezan a dejar de ser considerados normales y aceptables. Las masas vuelven a indignarse contra todo eso, quieren que la vida humana vuelva a ser valorizada.
Las personas creen que van a encontrar todo eso en la iglesia. Pura ilusión. Mucho más preocupada con la vida de las madres que hacen aborto, mucho más preocupada con los fetos que van a vivir o morir, la iglesia está preocupada con su propio poder, con su propia existencia y continuidad que están en peligro. Cubierta de infamias frente a la ola de casos de pedofilia y agresión a menores en los que se han vistos envueltos curas y obispos, la iglesia católica, por ejemplo, está delante de una crisis sin precedentes en su historia. Tanto es así que el papa Benedicto XVI, preocupado con la creciente pérdida de fieles en los países occidentales, acaba de crear en el Vaticano un “ministerio para contener la pérdida de la fe”, el llamado Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Frente a esa crisis, la iglesia necesita gritar a los cuatro vientos sus dogmas, amenazar con el fuego del infierno, las ovejas desgarradas como forma de mantenerse como institución poderosa en un mundo que pasa por transformaciones profundas y con problemas gravísimos a los cuáles la iglesia no consigue dar respuesta.
Por ello, mucho más que un papel religioso, la iglesia cumple un papel político, convirtiendo el púlpito en una tribuna de propaganda y proselitismo en pro de políticas que mantengan el status quo. El bienestar espiritual, las palabras de aliento e incentivo que los fieles buscan en la iglesia han sido sustituidos por amenazas, por orientación política de acuerdo con los intereses de los curas y obispos y de los políticos burgueses que apoyan. Hace mucho que el clero se transformó en extremo electoral de este o de aquel político, dejando de lado la predicación de la humildad, de la fraternidad y del amor al prójimo que formaban parte de la religión en tiempos pasados.
En un estudio sobre las iglesias, Rosa Luxemburgo hablaba sobre la predicación del clero contra los comunistas porque estos llamaban a los operarios a luchar. “El clero excomulga y persigue los social-demócratas mientras ordena que los trabajadores sufran pacientemente, que permitan pacientemente que los capitalistas los exploten. Y los operarios preguntan ¿por qué, en su lucha por la emancipación, encuentran en los siervos de la iglesia enemigos y no aliados?” (Rosa Luxemburgo, El Socialismo y las Iglesias).
Lo mismo podemos preguntar en relación a la lucha de las mujeres por la legalización del aborto. ¿Por qué las mujeres pobres y trabajadoras, en su lucha por la emancipación, en su lucha contra la opresión, en su lucha por el derecho de decidir sobre su propio cuerpo, no encuentran en la iglesia una aliada, una incentivadora, sino sólo enemigos y acusadores? ¿Por qué el clero ordena que las mujeres tengan hijos indeseados mientras permiten que la criminalización del aborto favorezca a las millonarias clínicas clandestinas?
La lucha de las mujeres por su emancipación ya lleva siglos. Millones de mujeres murieron por esa causa, otras fueron presas, otras reprimidas. Ningún agrupamiento humano fue tan maltratado como ellas – quizás sólo los esclavos negros. Por lo tanto, nadie tendría, a los ojos de la religión, más derecho al apoyo y a la solidaridad que ellas. Primero fue la lucha por el derecho de voto, después la lucha por el acceso a la educación, al mercado laboral, a la dignidad humana. En todas esas etapas, las mujeres trabajadoras y pobres buscaron aliento en la iglesia, porque ella plegaba la igualdad entre todos los seres humanos. Pero siempre se encontraron con discursos conservadores, que las ordenaban a mantenerse junto al marido, cuidando de los hijos y de los ancianos, sin exponerse en las calles, sin reclamar por su suerte. Las mujeres caminaban para un lado, la iglesia para otro.
Hoy, en la lucha por la legalización del aborto, los caminos continúan bifurcados. Y, para millones de mujeres, las puertas del templo están cerradas. La iglesia, que predicaba la igualdad de todos los seres humanos, hoy es una fuente de desigualdades y privilegios. Al condenar la legalización del aborto, ella privilegia a las mujeres ricas y penaliza las mujeres pobres. Ese tipo de iglesia no es aquella en que todos creen y en la cual todos van en búsqueda de consuelo. Concordamos con Rosa Luxemburgo cuando dijo que si la iglesia persigue a los trabajadores y usa su poder para atacarlos, los trabajadores deben tener el derecho de combatir la iglesia. Así que si la iglesia usa la misa para atacar a las mujeres pobres, amenazándolas con el fuego del infierno si luchan para liberarse, las mujeres pobres deben combatir a los enemigos de sus derechos y de su emancipación.
[1] Mensalão: esquema de corrupción con origen en el gobierno de FHC, pero que tuvo un ápice en el primero gobierno de Lula en el cual el dinero público era desviado a los bolsillos de los parlamentarios en aportes mensuales.
Cecilia Toledo es autora del libro: Mujeres, el género nos une, la clase nos divide
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