El PTS ha organizado una serie de charlas debate en las que se discutirá, como uno de los temas centrales, la caída del Muro de Berlín. Nos hubiera gustado participar, para presentar nuestra opinión, que la hacemos llegar por escrito.
El 9 de noviembre se celebró el veinte aniversario de la caída del Muro de Berlín y de las dictaduras de Europa del Este, en un acontecimiento festejado por el mundo entero, menos por los stalinistas, miembros de los Partidos Comunistas, y por la abrumadora mayoría del trotskismo, que vio en ese acontecimiento “el último acto de un largo proceso de derrotas”.
En Argentina, el PTS dedicó un artículo al tema en su periódico La Verdad No. 351, que no menciona ni una sola vez la forma como cayó el Muro. Pareciera como si los dirigentes burocráticos Erich Honecker, Mijail Gorbachov y los dirigentes imperialistas Helmut Kohl, George Bush y Margaret Thatcher, hubieran agarrado los picos con las manos para tumbarlo y para unificar Alemania.
La autora Claudia Cinatti enumera todos los efectos negativos posteriores, como la propaganda sobre la muerte del socialismo en todo el mundo y la catástrofe social que siguió, concluyendo que fue un “triunfo burgués obtenido con la restauración capitalista en Europa del Este, Rusia y China, junto con la ofensiva neoliberal”.
A este resultado se llegó como consecuencia, según el artículo de las “derrotas previas de los trabajadores del Este” (1956 en Hungría, 1968 en Checoslovaquia, 1980 en Polonia), “combinadas con el profundo retroceso de la clase obrera occidental, que perdía una a una sus conquistas a manos del neoliberalismo iniciado por Reagan y Thatcher”, ya que las movilizaciones no tenían “el programa de la revolución política de defensa de las relaciones de propiedad”, y fueron “hegemonizadas por sectores medios e intelectuales disidentes, agrupados en foros cívicos policlasistas”.
El PTS concluye que “en 1989 el aparato estalinista no fue derrocado ni por una contrarrevolución burguesa, ni por una revolución política. Simplemente implosionó como producto de las presiones internas y externas”. Estamos, pues, ante una nueva categoría marxista: la “implosión”. Ni revolución, ni contrarrevolución, algo así como un fenómeno centrípeto, físico, planetario, como haber sido golpeados por un meteorito, ajeno a la lucha de clases.
En síntesis: décadas de derrotas, más el profundo retroceso de la clase obrera de occidente, provocaron en 1989 nuevas derrotas, lo cual, a su vez, dio como resultado dos décadas de retroceso, reacción ideológica y política. Es una operación aritmética: derrotas más derrotas igual derrotas que a su vez provocan más derrotas.
Si el artículo fuera del Partido Comunista, sería comprensible. Pero fue escrito por una corriente trotskista, que debería considerar un hecho más o menos positivo, que hoy no existan Muros, Cortinas de Hierro, campos de concentración, Stasi con 100.000 informantes, Ceaucescu y Elena en Rumania, ni aparato stalinista mundial, y que los partidos comunistas, nuestros grandes enemigos, hayan sido arrojados, más o menos, al basurero de la historia.
Más allá de cómo se cataloguen estos acontecimientos, cualquier seguidor/a del hombre que murió asesinado con un piolet en el cuello a manos de la GPU en México, debería expresar aunque más no fuera una línea de satisfacción, alegría, o sensación positiva, al experimentar que, desde 1989, en todo el espacio que va desde Berlín hasta Vladivostok, en donde murieron millones de personas bajo la bota stalinista, donde asesinaron a todo el Comité Central del Partido Bolchevique y a miles de trotskistas en los gulags, hoy se publican por decenas de miles los libros de Trotsky, que se pueden compraren las calles de Moscú, en cualquier kiosco de diarios, pululan los grupos trotskistas, existen sindicatos independientes que hacen huelgas, muchos de ellos dirigidos por trotskistas, se hacen conferencias abiertas sin micrófonos ni arrestos, los trotskistas occidentales viajan y hacen conferencias sobre Trotsky, visitan fábricas, venden sus periódicos, la juventud puede escuchar a Pink Floyd y las personas mayores el Mesías de Haendel.
El panorama de la clase obrera latinoamericana y europea de 2009, hubiera sido impensable veinte años atrás. En Francia, Inglaterra, Italia, Venezuela, Brasil o Argentina, hay huelgas con ocupación de fábrica, tomas de universidades, y quienes están al frente de las grandes huelgas y de importantísimos sindicatos, quienes ganan elecciones a las burocracias sindicales, son trotskistas, en todas sus variantes: Orlando Chirino, referente nacional de la UNT en Venezuela, Heloísa Helena, la gran figura política de oposición a Lula en Brasil (aunque no compartamos sus posiciones), el “Poke” Hermosillo, triunfador en la interna de Kraft Terrabusi frente a las listas de la burocracia, Segovia y los dirigentes del Subte, Olivier Besancenot, el cartero francés del NPA, por solo mencionar los que vienen rápidamente a la memoria, y que son la parte más visible, la punta del iceberg, de una nueva y multitudinaria vanguardia obrera. Ellos solo se explican por 1989.
Ante todo, los hechos
Quizás por desconocimiento, el artículo no menciona cómo fueron los hechos de 1989:
4 de junio: por primera vez desde 1945 Solidaridad, un sindicato de diez millones de afiliados en un país de 40, tras una década de huelgas y resistencia en la clandestinidad, aplasta en las elecciones parlamentarias al POUP obteniendo todos los escaños menos uno, marcando el fin de la dictadura de Jaruzelski y llevando al primer gobierno no totalitario en todo el Este de Europa desde 1945.
Hungría: Reivindicación de Imre Nagy, el héroe de la revolución de 1956, millones en las calles, creación de sindicatos libres y partidos políticos, expulsión de las tropas soviéticas, terminación del monopolio del poder por el partido comunista, apertura de la frontera con Occidente.
Alemania: cae Erich Honecker, el artífice del Muro de Berlín, en medio de movilizaciones de millones de personas, que asaltan las sedes y los archivos de la Stasi y que derriban el Muro de Berlín con sus manos el 9 de noviembre, expulsando a las tropas soviéticas de ocupación.
Checoslovaquia: Manifestaciones de millones de personas, y huelga general, con miles de obreros marchando en las calles, cae el régimen de ocupación de Milos Jakes, y Alexandr Dubcek, héroe de la primavera de Praga, es ovacionado en una manifestación de cientos de miles de personas.
Bulgaria: Cae el régimen de Thodor Zhivkov en medio de movilizaciones y huelgas del sindicato independiente Podkrepa.
Rumania: Multitudinarias movilizaciones contra Ceaucescu que reprime dejando más de mil muertos. Las masas lo persiguen y lo cazan. El día de Navidad Ceaucescu y su señora son fusilados.
El Ejército Rojo se retira de Europa del Este.
URSS: en julio de 1989, huelga nacional minera desde Siberia hasta Ucrania, la primera de esa envergadura desde 1917, que conduce a la fundación del primer sindicato independiente desde 1917. En agosto, un millón de personas hacen una cadena humana en los tres países Bálticos en el cincuenta aniversario del Pacto Molotov- Ribbentrop. En 1991 se repite en 1991 la huelga minera. Se forman muchos nuevos sindicatos independientes. Huelga general en Bielorrusia que corta la autopista Moscú – Polonia, dirigida por un comité de huelga que luego forma los sindicatos libres; huelga general en Georgia. Levantamientos en los países bálticos contra la represión soviética. En agosto de 1991 fracasa el golpe de estado, se independizan todas las repúblicas. Cae Gorbachov y el PCUS, la madre de todas las burocracias, el asesino de León Trotsky y de millones de opositores.
¿Implosiones? ¿Meteoritos que golpearon la tierra? ¿O caídas de regímenes como producto de enormes movilizaciones populares, huelgas generales, luchas nacionales por la independencia, asalto a sedes de la policía secreta, enfrentamiento con la policía, liberación nacional, en la mayor oleada de lucha de clases, sincronizada, desde el Océano Pacífico hasta el centro de Europa?
Lo que precedió 1989
Para el PTS se llegó a este “último acto de un largo proceso de derrotas” como consecuencia de las “derrotas previas de los trabajadores del Este” y el “profundo retroceso de la clase obrera occidental”.
Esta visión unilateral pinta la posguerra como un largo proceso de derrotas, y lleva inevitablemente a concluir que 1989 fue su coronación. Pero esta pintura parece más bien la de 1924-1938, con el fascismo y las graves derrotas de los trabajadores en China y Europa.
Lo que sucedió a partir de 1941, y más en particular a partir enero de 1943 cuando se produjo el histórico triunfo soviético en la batalla de Stalingrado, fue todo lo contrario: la derrota del fascismo a manos del Ejército Rojo cambió para siempre el ciclo de derrotas, llevando a la humanidad a obtener, desde 1945 hasta la fecha, la liberación de todas las colonias, la terminación del apartheid, la caída de casi todas las dictaduras totalitarias, la revolución china y cubana, y la expropiación del capitalismo en un tercio de la humanidad. Hubo, claro está derrotas muy importantes, pero estas no dieron el signo de la etapa.
Más importante aún fue lo que sucedió en la propia URSS a partir de la entrada en la Segunda Guerra en 1941. Esa fecha marcó la movilización masiva de la clase obrera y del pueblo rusos, por primera vez desde la guerra civil de los años veinte. Los obreros de Moscú salieron a las calles para impedir que los burócratas huyeran hacia Siberia con las fábricas ante el avance de las tropas nazis. Stalin abrió las puertas de los campos de concentración para que los prisioneros políticos pelearan en la guerra, la mayoría, enviados en los batallones de vanguardia hacia una muerte casi segura, pero muchos de ellos jugando roles preponderantes, como Serguei Korolev, ex prisionero político liberado en 1944, el padre de la industria espacial soviética, que propulsó al primer hombre al espacio, o Andrei Tupolev, el gran constructor de aviones. En las trincheras de Stalingrado, los soldados y oficiales, muchos de ellos hijos de campesinos deskulakizados o de oposicionistas, intercambiaban violentas críticas al régimen, sin importar sus rangos.
Por eso, la gigantesca movilización y sacrificio del pueblo soviético en la Segunda Guerra, cambió para siempre la suerte del régimen stalinista, que sobrevivió algunos años pero que ingresó en su crisis definitiva, se fue desmontando vertiginosamente (los gulags prácticamente no existían a fines de los años cincuenta), y terminó de derrumbarse en 1991.
Como escribe el historiador Moshé Lewin, “la victoria de 1945 recreó a nivel mundial el estalinismo, en el mismo momento en que el sistema y el propio Stalin entraban en la fase de crisis y caída. En los hechos él perdió la capacidad de dirigir efectivamente el país”.
Esta crisis en el centro, es la que hizo posibles las grandes luchas y revoluciones desde 1953 en Europa del Este, como la revolución de los concejos en Hungría en 1956 (justo cuando empezaba la desestalinización en la URSS), y la primavera de Praga de 1968, aunque éstas hayan sido derrotadas. Pero la represión se fue debilitando, al compás de la crisis del centro, y en 1980, el Ejército Rojo no pudo invadir Polonia para aplastar a Solidaridad, ya que en ese mismo momento se empantanaba en Afganistán, donde fue derrotado en 1989. De ahí que la URSS no pudo hacer nada para defender a sus regímenes satélites del Este ese mismo año.
Al hablar de Occidente, el artículo olvida grandes hechos: las movilizaciones de 1968, y la derrota del imperialismo en Vietnam en los años setenta, que posibilitó la revolución nicaragüense, la iraní, la caída de todas las dictaduras latinoamericanas en los años ochenta y la del apartheid en 1990.
Lo que vino después
El PTS confunde los procesos revolucionarios con sus direcciones burguesas o pequeño burguesas. En el artículo se dice que las revoluciones en el este fueron dirigidas por sectores medios. Es un error: en la mayoría de los casos, los dirigentes pertenecían directamente a la Iglesia Católica, como Walesa, o eran agentes del imperialismo, como Miklos Nemeth en Hungría, o burócratas convertidos al libre mercado como Yeltsin, o algún intelectual aristocrático como Vaclav Havel.
Pero así como la revolución de febrero de 1917 fue dirigida por cadetes y social revolucionarios, por el príncipe Lvov, y no por los bolcheviques, ¿dejó por eso de ser una revolución y un gran triunfo, antesala de octubre?
Por ese error, el PTS confunde lo que pasó en 1989, con lo que vino después. De la mano de los Yeltsin, Walesa, Havel, la brutal ofensiva económica de los años noventa, tanto en el Este de Europa como en América Latina, arrasó con empleos, privatizó empresas, acabó con servicios públicos, provocando hambre, desocupación y enormes sufrimientos a la clase trabajadora.
¿Pero eso significa que la caída de las dictaduras en América Latina fue una derrota? ¿Acaso era más progresiva la dictadura argentina, cuando había cero desempleo, que la democracia burguesa que privatizó todas las empresas estatales, superendeudó al país, más aún de lo que lo hizo la dictadura y dejó más de 20% de desempleo?
¿Acaso era más progresivo Jaruzelski, que endeudó a Polonia en 40000 millones de dólares, más que la dictadura argentina, que los regímenes que vinieron después?
Después de la caída de las dictaduras comunistas, hubo una gran ofensiva ideológica del imperialismo. En Argentina, ¿no creyó equivocadamente la mayoría del pueblo que iba a estar mejor con Alfonsín, un claro agente imperialista? ¿No hubo una tremenda ofensiva “ideológica”, queriendo convencer al pueblo de que la democracia era la panacea, como cuando Alfonsín dijo que “con la democracia se come, se educa y se cura”? ¿Eso significa que la caída de la dictadura en Argentina fue una derrota, por la “ofensiva ideológica”, y por la catástrofe social del menemismo?
¿O es que los que vivimos bajo el capitalismo, sí tenemos derecho a derribar dictaduras y a tener regímenes democráticos - sin cárceles, picana, desaparecidos-, antes de nuestra revolución socialista de octubre, pero los habitantes de la URSS y el Este de Europa, son de una clase inferior, y tienen, por imposición de los dogmas, que esperar hasta el triunfo de la verdadera revolución de octubre, con partido y soviets, para poder leer a Trotsky, terminar los hospitales psiquiátricos, sacar los micrófonos de las bañaderas, hacer sindicatos y escuchar a Pink Floyd? ¿Por qué a ellos les imponemos un esquema de cómo hacer la revolución, que no nos aplicamos a nosotros mismos?
La confusión teórica radica en concebir la revolución política prevista por Trotsky como un solo acto, y no como sucedió en la realidad, dividida en dos: una primera etapa de febrero, la de 1989, antesala de una segunda etapa de octubre, en la que surgirán los soviets y dirigirá el partido revolucionario, que todavía no ha triunfado.
Estos hechos solo demuestran que, como dijo Trotsky, no podemos quedarnos en la “revolución de febrero”, sino de que debemos avanzar hacia la revolución socialista de octubre. Pero no le quitan para nada el carácter revolucionario a las movilizaciones que culminaron en la caída de las dictaduras totalitarias, así como lo fue la revolución de febrero de 1917 en Rusia contra el zar.
Un interregno de 20 años
En la interpretación del PTS, los últimos veinte años fueron algo así como dos décadas perdidas para los trabajadores. Si esto es así, ¿cómo se explica que estemos viviendo la más espectacular crisis de la economía capitalista imperialista desde 1929? ¿Será por un factor intrínseco al capitalismo, parecido a la “implosión” pregonada en el este?
Para nosotros, la crisis del capitalismo solo la explica la lucha de clases. El aplastamiento de los trabajadores y estudiantes chinos en Tian an Mein en 1989, esa sí una gran derrota, salvó al capitalismo mundial en los últimos años. Pero en Europa de 1989, cayeron todos los candidatos a seguir el ejemplo chino, es decir, introducir el capitalismo con la bota dictatorial: Jaruzelski, el Pinochet polaco, el húngaro Karoli Grosz, cuyo país tenía una inflación del 30% y la mayor deuda per cápita de Europa, Honecker, que hipotecó la RDA a la RFA, como veremos más adelante.
A diferencia de los empobrecidos campesinos chinos devenidos trabajadores de las multinacionales, estamos hablando de la experimentada y poderosa clase obrera europea, que derrotó a sus dictaduras y se liberó las manos de grilletes para, ahora sí, construir sindicatos, hacer partidos, unirse a la clase obrera occidental y ganar la experiencia que no pudo tener bajo las dictaduras totalitarias. Por eso, aunque el capitalismo avanzó mucho, no pudo imponer las condiciones de explotación chinas al proletariado europeo, que lleva veinte años resistiendo estos planes brutales.
En esos “oscuros” veinte años del PTS, ¿dónde entra la caída de todos los gobiernos neoliberales latinoamericanos a fines de los años noventa, el argentinazo, el ascenso de los Chávez, Lula, Morales, Lugo, Vásquez, Correa, Ortega, Zelaya, etc?
¿Dónde queda la formidable huelga minera de 1998 que obligó al gobierno ruso a declarar el default de la deuda externa y que llevó al traste al gobierno de Yeltsin, la revolución naranja en Ucrania y la revolución popular en Georgia?
Si venimos de veinte años de derrotas y retrocesos, ¿cómo explicar la incesante lucha de clases en Francia, en Italia, en Gran Bretaña, en Grecia, durante toda esta década, que reseñan muy bien los compañeros del PTS en su periódico?
Si venimos de la tremenda derrota de la restauración en el Este y de veinte años de retroceso, ¿cómo explicar que estas clases obreras derrotadas hayan derribado, solo este año, cinco gobiernos – Hungría, Bulgaria, Rumania, República Checa, Letonia – en medio de huelgas generales, movilizaciones, y cortes de ruta?
Si venimos de veinte años de derrotas, ¿cómo explicar el estallido de la crisis económica mundial de 2008? ¿Será por una “implosión” del capitalismo, o un meteorito, o por una razón política y de la lucha de clases: la entrada en acción de los pesos pesados de la clase obrera mundial, en particular la europea, terminando con el ciclo de revoluciones campesinas y tercermundistas de la posguerra?
Esta visión unilateral y economicista sobredimensiona la campaña ideológica del imperialismo y los graves golpes económicos sufridos por todos los trabajadores del mundo durante la globalización, sin hacer un análisis político y de la lucha de clases. Por eso no ven lo principal: que esa tremenda contraofensiva económica ha llevado a los trabajadores del mundo, en primer lugar a los de Europa, a salir masivamente a la lucha para derrotar los planes económicos de la burguesía y el imperialismo.
La desaparición de la RDA ¿fue una derrota?
Para el PTS, la “unificación imperialista de Alemania llevada adelante por Kohl” implicó una derrota para las masas obreras del este. Aclaremos de entrada que Henrick Kohl estaba en contra de la unificación y proponía una federación entre los dos países, mientras subsidiaba generosamente al régimen de Honecker para que no se hundiera, al punto que la RDA, con sus 17 millones de habitantes, estaba totalmente hipotecada a la RFA. Pero ciertamente, la unificación no se hizo bajo el signo del socialismo. ¿Significa esto que fue una derrota?
El contrato social de la RDA era garantizar un buen nivel de vida a sus ciudadanos para mantenerlos en cautiverio, con micrófonos de la Stasi en la bañera, con 100.000 espías y 170.000 informantes, con archivos individuales para cada ciudadano en los que se informaba, como en una película de George Orwell, a qué hora compraban salchichas, o en a qué hora el marido, agente de la Stasi, hacía el amor con su mujer, a la que debía espiar.
Ese contrato social se rompió porque la economía estealemana no le podía garantizar a sus ciudadanos ni los más mínimos elementos de consumo, como puede se observar en la película Good bye Lenin, situación generalizada en todo el Este.
Para mantener su parte de este contrato y garantizar pepinos y otros productos de primera necesidad, el gobierno de la RDA, tuvo que endeudarse con la RFA en 26000 millones de dólares, la mitad de los cuales se iban en pagar los intereses, y la otra mitad en subsidiar el consumo. No solo eso, sino que el “socialista Honecker” vendía la libertad de sus ciudadanos en marcos de la RFA y negociaba cada tanto con el gobierno imperialista el paso a occidente de grupos de personas a cambio de divisas.
Las movilizaciones de 1989 se hicieron contra ese aberrante pacto secreto RFA-RDA para impedir la unificación del país y mantener una RDA atrofiada y subsidiada, que había entregado su alma al diablo: Honecker le había dado las llaves del Tesoro a la RFA.
Consideremos ahora la afirmación de que la unificación fue una derrota para los trabajadores de la RDA. Según el PTS, “aunque no exista un muro de concreto, después de la unificación imperialista, Alemania sigue dividida, los trabajadores del este tienen los salarios más bajos y los índices más altos de desocupación”.
Ciertamente, se privatizaron todas las fábricas y aumentó el desempleo, que es mayor que en la RFA, y hasta el día de hoy se mantiene una brecha salarial y en los ingresos: los del este son un 80% de los del oeste. Pero lo que el artículo no dice, es que en 1989, los ingresos de los “ossies” eran el 34% de los ingresos de los “wessies”.
El salto en los salarios y los ingresos obedece a una sola razón: se unificó la clase obrera alemana. Apenas se produjo la unificación del país, los sindicatos occidentales asimilaron a los trabajadores recién llegados para impedir que éstos bajaran los salarios de conjunto. El resultado fue un acelerado ascenso de salarios y de ingresos, sumado al hecho de que la devaluada moneda de la RDA se cambió uno a uno por los valiosos marcos de la RFA, y a que, en el transcurso de 15 años, la RFA transfirió 1.2 billones de euros (más del doble de toda la deuda de América Latina) a los 17 millones de “ossies”, a razón de 5000 euros anuales por cabeza, en forma de subsidios.
Esta pesada carga para la economía imperialista alemana provocó su crisis, que ahora está pagando toda Europa.
Esto fue posible, porque, como decía Nahuel Moreno, se logró una conquista histórica: no solo la unidad nacional alemana, sino la unidad de su clase obrera, la de mayor experiencia, tradición, organización y nivel de vida del mundo, la clase obrera de Marx, Engels, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, de la que mamaron Lenin y Trotsky, la que fundó los modernos sindicatos y partidos obreros, la que conquistó el salario mínimo, las ocho horas, vacaciones, licencias de maternidad, y tantas conquistas de las que gozamos todos hoy.
Los salarios todavía no son iguales, pero no olvidemos que estamos hablando de que los “ossies” pasaron de ganar un 34% a ganar un 80% de los salarios, ¡de la clase obrera más privilegiada y con mayores conquistas de todo el planeta!
El triunfo de la revolución socialista alemana era IMPOSIBLE con un Muro dividiendo a su clase obrera. La PRECONDICION del futuro triunfo de la revolución socialista en ese país estratégico, era su unificación, y este hecho gigante, es el que la escritora del PTS y buena parte del trotskismo, no ve. No se dan cuenta de que esa unificación es el hecho más importante de la lucha de clases de los últimos veinte años, la raíz de todos los males de la economía imperialista alemana y europea, desde 1989 hasta la fecha.
Volvamos al trotskismo
El artículo critica la posición de la LIT, que levantó “reunificación ya”, y dice que el PTS “adoptó un programa de revolución política que unía la revolución en oriente con occidente y frente a la unificación imperialista, que liquidaba las bases de la economía nacionalizada en la ex RDA, planteaba la unificación socialista de Alemania, basada en consejos obreros. Este era el único programa que realmente podía haber evitado la derrota que implicó para las masas obreras del este la unificación imperialista de Alemania…”
Hubiera sido más lindo que la unificación coincidiera con la revolución socialista, pero el pueblo de Alemania decidió unificarse antes de que nosotros los hubiéramos convencido de nuestro programa. ¿Han debido esperarnos?
¿Los trabajadores del Este y la URSS debían esperar a que existieran partidos obreros revolucionarios y soviets para eliminar las dictaduras estalinistas? Hubiera sido bárbaro pasar directamente del régimen totalitario a la dictadura revolucionaria de los trabajadores sin escalas. ¡Nos hubiera ahorrado tantas complicaciones! Lamentablemente no era posible, porque para que la clase obrera gane experiencia, construya sindicatos, soviets y partidos revolucionarios, tiene que derribar a las dictaduras totalitarias que se lo impiden.
Trotsky escribió brillantes páginas explicando las diferencias entre la revolución de febrero (antitotalitaria, popular, sin dirección revolucionaria) y la revolución de octubre (obrera, con dirección revolucionaria), y de cómo la una fue el inevitable preludio de la otra. Continuando con la analogía, deberíamos decir que las revoluciones de 1989 fueron los “febreros”, que prepararán los nuevos “octubres”.
Los trotskistas tenemos dos caminos: o nos lamentamos de la realidad y esperamos la revolución socialista de laboratorio tal como era concebida antes de la revolución rusa, o como trotskistas que somos, aplicamos la experiencia acumulada desde 1917, tomamos la realidad con sus contradicciones, y, en lugar de adaptarla a nuestros esquemas, adaptamos nuestros esquemas a la realidad.
Existen muchos temas por discutir, pero mientras lo hacemos, preferimos prepararnos para la futura revolución de octubre, que ha sido abonada por los espectaculares triunfos de las revoluciones de “febrero” de 1989.
Afortunadamente, el PTS concluye que ahora, “luego de tres décadas de retroceso”, y a 20 años de la caída del muro, “la crisis económica, las guerras, las convulsiones sociales y la recuperación de la clase obrera”, “están recreando las condiciones para que la perspectiva de la revolución social vuelva a estar planteada en la lucha de los explotados, superando los años de reacción ideológica y política que siguieron a la restauración capitalista”. ¡Por fin una nota de optimismo!
Sin embargo, de la lectura del artículo, la conclusión pareciera ser otra: a veinte años de la caída del Muro de Berlín, ¿habría que reconstruirlo?
Trotsky dijo que sin una comprensión de la revolución francesa, hubiera sido imposible tomar el poder en Rusia. De la misma manera, si no sacamos las conclusiones correctas de las revoluciones de 1989, será imposible construir partidos trotskistas en Europa. Así como los bolcheviques se basaron en las conquistas de la revolución de febrero para preparar su octubre, cualquier organización que no tome como suyo el triunfo de la revolución de 1989 y la caída del Muro de Berlín, está de antemano condenada.
Carmen Carrasco, Convergencia de Izquierda
carmencarrasco@convergenciadeizquierda.org
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