Periódicamente, el tema de la pedofilia en la Iglesia Católica resurge a través de una denuncia salida de alguna parroquia situada en algún lugar. El asunto dura poco. La Iglesia, con el apoyo de los medios de comunicación y las autoridades, pronto sofoca el caso.
Esta vez, las recientes denuncias han tenido más contundencia de lo esperaban los sacerdotes y la Santa Sede. Una declaración hecha por el New York Times desencadenó una serie de denuncias y dejó claro que no son casos aislados los que ocurren. Según el periódico estadounidense, el actual papa Benedicto XVI y el Vaticano habían encubierto al reverendo Lawrence Murphy, que habría abusado de 200 niños sordos en Kentucky, EUA, en los años 1950 y 1960.
El episodio, lleno de crueldad, salió a la luz porque las víctimas decidieron entablar una demanda por negligencia contra el Vaticano. La Iglesia, ahora, quiere recurrir a la inmunidad diplomática para evitar que el papa tenga que testificar. Benedicto XVI era, entonces, el cardenal Joseph Ratzinger. El cura pederasta no sólo fue protegido, sino que mantuvo su cargo y todas sus funciones.
Junto con esto, otra omisión criminal del papa se habría producido en la década de 1980. Ratzinger, entonces arzobispo de Munich, Alemania, apoyó el regreso a sus funciones de un sacerdote que hacía tratamiento psicológico por haber cometido abusos sexuales.
Una vez que ese hecho se hizo público, varias otras denuncias comenzaron a surgir, principalmente en Europa. En Alemania, hasta que el hermano del papa, el sacerdote Georg Ratzinger, fue objeto de las acusaciones de este tipo, pero negó conocer los casos y fue absuelto por el Vaticano.
El papa minimizó los abusos. En la misa del domingo de ramos, Ratzinger dijo que no se dejará intimidar por lo que calificó de "calumnias de la opinión dominante". La opinión del Vaticano, expresada en sus comunicados desde entonces, es que existe una conspiración para atacar a la Iglesia Católica a toda costa.
Sobre los escándalos escondidos por el papa y los obispos, el cardenal José Saraiva Martins, cercano asesor del papa, dijo en una entrevista a Folha Online, "Hay un plan bien organizado, con un objetivo muy claro." Sólo que no dice cuál es ése objetivo, ni por qué, ni quién estaría haciendo esto.
La Iglesia, como si no fuera suficiente, justifica el silencio diciendo que era justo proteger la imagen de la institución. Alega, como si eso justificase los abusos, que hay gente y los abogados oportunistas que quieren ganar dinero con las denuncias. ¿En qué cambia esto la vida de las víctimas?
Esta es la verdadera moral de la Iglesia.
¿Quién es Joseph Ratzinger?
Entre 1960 y 1980, surgieron corrientes dentro de la Iglesia que expresaron la necesidad de responder a los avances en la organización del movimiento obrero y las revoluciones sociales, así como a las luchas anti-imperialistas. Corrientes como la teología de la liberación trataron de aglutinar a los sectores que, en ese momento de efervescencia, podrían avanzar hacia una alternativa revolucionaria. Para ello, incorporaron elementos de las reivindicaciones sociales y un lenguaje típico de la izquierda, pero que no avanzaban hacia la superación del capitalismo.
El Vaticano, con el fin de llegar a la base de la clase obrera en los países católicos más importantes, toleraba este tipo de manifestación, que cuestionaba muchos conceptos tradicionales de la Iglesia. Durante el papado anterior, de Juan Pablo II, sin embargo, la cúpula de la Iglesia decidió cambiar la política y no permitir más contestaciones a la doctrina oficial. Fue parte de este pontificado la defensa abierta de la restauración capitalista en Polonia y en toda Europa Oriental y el llamado a la paz con dictadores como Pinochet.
El actual papa Benedicto XVI fue el ideólogo y el brazo fuerte de Juan Pablo II. Ratzinger libró una batalla contra toda manifestación de sectores disidentes de la Iglesia como la teología de la liberación, a la que consideraba marxista. No casualidad su apodo de Rottweiler de Dios. Fue él, personalmente, cuando era arzobispo, el que castigó disciplinariamente a Leonardo Boff, uno de los líderes de la teología de la liberación.
Joseph Ratzinger fue miembro de las Juventudes Hitlerianas antes de convertirse en religioso. Llegó a servir en el ejército alemán al final de la Segunda Guerra Mundial. Ya padre probó ser un anti-comunista feroz en los años 1960 y 1970. En 1981, se convirtió en jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, órgano que sustituyó a la Inquisición en 1965.
La congregación es responsable de censurar posibles disidentes y condenar al silencio a cualquier católico que se opone a la doctrina oficial predicada por el Vaticano. Ratzinger es prueba de que la Iglesia nunca ha cambiado los conceptos y la concepción que tiene desde su creación, pasando por la Edad Media, cuando tuvo más poder. Se trata de un aparato político que, con el tiempo, se fue adaptando a las reorganizaciones sociales.
La hipocresía de mantener el poder
Hasta el siglo VIII, era permitido a los religiosos el casarse y tener niños. Los recursos materiales, robados de la sociedad, acabaron siendo usados por estas familias. Es decir, económicamente, el celibato fue un intento de restringir la fortuna de la institución a los herederos, dejando su administración en manos de unos pocos.
Los impulsos sexuales, reprimidos por el celibato, son parte de la explicación sobre la violación de mujeres y niños. Así, es posible imaginar que la pedofilia sea una práctica común en la Iglesia Católica.
Cuando los casos salen a la luz, el papel que la Santa Sede cumple es esconder la fealdad que convive a diario con su doctrina, tratando de desmoralizar a las víctimas.
Para el Vaticano, la homosexualidad es una enfermedad y el feminismo es una anomalía, algo antinatural. El derecho al aborto ha sido severamente condenado. El movimiento feminista debería ser prohibido, junto con los métodos anticonceptivos. Para prevenir el SIDA y enfermedades de transmisión sexual, la abstinencia es el único método aceptable. El sexo sin fines reproductivos es inmoral.
La hipocresía y la moral de la Iglesia sólo revelan que los abusos contra jóvenes son tratados con una normalidad cruel. Y la crisis actual demuestra el carácter cerrado y corporativo del Vaticano que, para preservarse, encubre crímenes y criminales.
Traducción: Ronald León
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